Visita a Tacuba: Se anuncia el f in del mundo
Tacuba es un municipio de 45.000 habitantes cuyas viviendas han quedado seriamente dañadas. Después de casi un mes del terremoto todavía existe una gran cantidad de escombros en sus calles pero, afortunadamente, no existen víctimas mortales directas como consecuencia de la catástrofe.
Esta circunstancia implica que no aparezcan problemas, como en otras localidades, relacionados con la elaboración del duelo de las personas desaparecidas. En el caso de Tacuba, el problema fundamental está relacionado con la experimentación de numerosos cuadros de miedos nocturnos por parte de adultos, pero sobre todo de niños y niñas. Cabe señalar que existe una numerosa presencia de iglesias evangélicas que han extendido en la población un discurso catastrofista y apocalíptico sobre el desastre, relacionándolo con uso supuestos preámbulos del fin del mundo.
Esta atribución de las causas, además de generar cierta desmotivación para superar la situación, creemos que está en la base, al menos en parte, de dichos cuadros de ansiedad detectados en buena parte de la población. Gracias a un programa financiado por Save the Children, se contactó con una organización local denominada ACODI, orientada a la educación social, a la que se ha propuesto un programa de capacitación para agentes locales de salud y para maestros con el que puedan dispensar a los niños y niñas estrategias de afrontamiento del miedo.
Es importante destacar, no obstante, que se trata de un miedo muy razonable condicionado por los efectos devastadores del terremoto y la constante re-experimentación provocada por las réplicas. Parece obvio que la naturaleza imprevisible del estresor agrava sus consecuencias y, por tanto, hemos recalcado la necesidad de facilitar a la población información fiable sobre la naturaleza del seísmo y los pronósticos anunciados por el Instituto Geográfico. O en todo caso, si se quiere no deslindarse demasiado de esa cosmovisión apocalíptica del fin del mundo, deberemos retomar estos elementos bíblicos e intentar reconstruir una nueva historia de carácter más esperanzador. Para ello habría que contar, en principio, con la predisposición de los párrocos locales
Visita a Santa Tecla, Las Colinas y “El Cafetalón”: Los refugiados ecológicos.
Las Colinas
El barrio de Las Colinas, en Santa Tecla quedó literalmente sepultado por una avalancha de tierra. La práctica totalidad de los supervivientes vio desaparecer sus viviendas y muchos de sus seres queridos por lo que, después de la tragedia, fueron trasladados al albergue de “EL Cafetalón”, un complejo de campos de fútbol a unos 12 kilómetros al oeste de San Salvador.
Debido al impacto que tuvo en la opinión publica internacional el derrumbe de Las Colinas y por estar el refugio situado en el centro mismo de El Salvador, propició que este campamento concentrara buena parte de la ayuda internacional. Existía una presencia inusitada de ONG´s que, en un primer momento, llegaron a competir en espacio con las tiendas de campaña de los damnificados. Lo cierto es que se dieron algunas situaciones lamentables por parte de algunas organizaciones de ayuda que entendieron ese espacio como una plataforma privilegiada para ocupar un supuesto protagonismo de cara a los medios de comunicación, relegando a un segundo plano la eficacia en el trabajo con los afectados. Por este y otros motivos hubo una evidente descoordinación de programas siendo el fracaso de una inoperante comisión de salud mental, -a la que no tuvieron, por cierto, la sagacidaz de incluir representantes de los damnificados,- lo que para Psicólogos Sin Fronteras significó uno de los síntomas de que las cosas deberían poder hacerse de otra manera.
Lo que fue el barrio de Las Colinas está acordonado por la policía ya que ha quedado completamente desalojado mientras se realizan las obras de desescombro. Cuando presentamos nuestras credenciales de Psicólogos Sin Fronteras, un número de la división de Medio Ambiente del Cuerpo de Policía nos acompañó a la explanada donde se levantaba un tradicional barrio de clase media, in situ nos relató lo ocurrido. Ahora, en los márgenes de una gran explanada aun quedaban en pie algunas viviendas literalmente segadas por la destructora avalancha. Un inmenso pasillo de “nada”, revela el poder destructivo e implacable de la mole de tierra.
El refugio
En el refugio de “El Cafetalón”, el primer contacto fue, como siempre, con los niños y niñas siempre deseosos de hablar, de jugar y de conocer gente nueva. Los niños son, en cualquier parte del mundo, los agentes comunicadores más atrevidos, desinhibidos y alegres de toda la comunidad. En todo caso, por lo general, se respiraba en la población un cierto aire de resignación y fatalismo. Hablando con la gente hemos detectado versiones contradictorias y confusas sobre el pronóstico de su permanencia en el refugio. Sin embargo, entre la desolación, siempre emerge la palabra serena, decidida y esperanzadora de una mujer, una mujer que representa a todas las mujeres. Es el motor, como siempre, de la reconstrucción social de la comunidad, el alma que, en medio de la incertidumbre, da sentido al futuro.
El 13 de febrero, un nuevo terremoto de 6,1 grados generó una nueva avalancha de pérdidas materiales y humanas, por lo que volvimos a “El Cafetalón” para hablar con los pequeños amigos que hicimos dos días antes. Les llevamos la foto que nos hicimos delante de una de las tiendas de campaña. Una niña de unos 11 años, Rebeca, me preguntó si yo también iba a conservar la foto en la que salíamos juntos, a lo que le respondí que sí, y siempre la llevaría conmigo. Se abrazó a mí, y con un suspiro de profundo cariño musitó un “gracias” franco, complejo, leve y desnudo. Demasiados matices para poder explicarlo ahora.
Visita a Santa Cruz Michapa: La tierra herida.
En la localidad de Santa Cruz Michapa, a unos 50 km. de la capital San Salvador, visitamos dos cantones denominados Ferrocarril 1 y Santa Clara. El responsable de Salud Ambiental del municipio nos solicitó que ofreciéramos apoyo emocional a las gentes de estos dos barrios especialmente castigados por el terremoto del 13 de enero y 13 de febrero. La situación en Ferrocarril 1 era, desde un punto de vista físico, absolutamente dramática. Por otro lado, se relataron muchos problemas respiratorios como consecuencia de las polvaredas provocadas por los continuos temblores. El barrio era una hilera de chabolas cubiertas de escombros y pegadas, por un lado, al borde de un acantilado y, por otro, al borde de un cañón profundo abierto por el primer terremoto. El suelo era muy inseguro y, de hecho, para visitar a la población fuimos acompañados por dos especialistas en rescate de Cruz Roja dispuestos de cuerdas y otros aperos de emergencia. Ofrecía el aspecto inequívoco de una trampa mortal. Sin embargo, a pesar de las indicaciones que habían recibido sobre la inhabitabilidad de la zona, los vecinos rehusaban abandonarla por temor a perder un pedazo de tierra que, sin lugar a dudas, se iba a acabar hundiendo en el cañón, soterrado por sus paredes laterales. Como en otras zonas, la población estaba muy indignada por la manera como se había distribuido la ayuda de emergencia, siempre condicionada por compadreos políticos. De hecho, nada garantizaba la acogida tan amable que nos dispensaron.
Dar apoyo emocional en semejantes circunstancias era, sin duda, la idea más absurda e inapropiada que se podía llevar a cabo para aliviar las condiciones de vida de la comunidad. Víctor Argueta, el especialista en salud ambiental, auténtico líder comunitario, consiguió congregar a buena parte de la población, y allí, delante de aquellos hombres, mujeres y niños con el desconcierto dibujado en todos sus rostros, pensamos que lo mejor era tratar de convencerles acerca de la necesidad imperiosa de preservar sus vidas abandonando inmediatamente el lugar y realojándose en una zona más segura. Nosotros adquirimos el compromiso de gestionar ayuda de emergencia tal como la adquisición de tiendas de campaña, además de cubrir necesidades básicas de alimentación en un primer periodo. Una vez más, interpretar la Psicología clínica como una estrategia seria para paliar el daño sufrido por unas personas que se les desmorona el suelo bajo sus pies solo sería una broma macabra si lo relatado no estuviera ocurriendo en este momento, en algún lugar del mundo.
Conclusiones
Como resultado de los trabajos teóricos presentados a lo largo de este libro, y extrapolándolos a la experiencia desarrollada en El Salvador desde el 8 de febrero hasta el 18 de febrero de 2001, se han podido establecer las siguientes conclusiones generales que pueden ser concebidas, a su vez, como hipótesis de trabajo encaminadas a orientar acciones en el campo de la intervención psicosocial en desastres. Somos conscientes de que algunas de estas hipótesis no son compartidas por amplios colectivos de profesionales psicólogos dedicados a este ámbito. Por eso, precisamente las planteamos como hipótesis. Es necesario abrir el debate de todos los colectivos vinculados con la ayuda de emergencia para, entre todos, comenzar a generar conocimiento. Un conocimiento útil que realmente esté orientado a resolver con la mayor eficacia todos los problemas planteados actualmente en la coordinación de acciones de intervención en desastres. Las conclusiones son las siguientes:
1.
La magnitud de un desastre viene dada por el grado de vulnerabilidad de la población que lo padece, más que por su intensidad física.
2.
Las respuestas humanas a un desastre debemos definirlas en términos de mayor o menor capacidad de adaptación; no en términos de salud – enfermedad.
3.
La intervención en un desastre debe estar orientada, no sólo a aspectos psicoterapeúticos sino, fundamentalmente, a la reducción de los factores de vulnerabilidad.
4.
Entre los factores de vulnerabilidad debemos destacar.
·
Un nivel psico-biológico: Estructura de la personalidad. Resistencia a la frustración. Excitabilidad.
·
Un nivel social y comunitario: Calidad de las redes sociales, intensidad de la cohesión vecinal.
·
Un nivel político-económico: Desarrollo de políticas económicas favorecedoras de las desigualdades sociales.
·
Un nivel político-ambiental: Desarrollo de políticas ambientales favorecedoras de un desarrollo absolutamente insostenible y la desprotección de una política de vivienda adecuada a las circunstancias ambientales del país.
·
Un nivel cultural – ideológico: Desarrollo de explicaciones apocalípticas en torno a la etiología del desastre.
5.
Para establecer un diagnóstico de estrés post-traumático, deben tenerse presente dos condiciones previas:
I.
La presencia de los síntomas descritos en el DSM-IV debe ser superior a un mes.
II.
El estímulo traumático, por definición, debe haber desaparecido. Por lo tanto, la constante reexperimentación del terremoto provocada por la reincidente aparición de réplicas implica que no se podría establecer una vigilancia epidemiológica válida sobre este síndrome hasta no haber garantizado una cierta inactividad sísmica.
6.
La presencia de síntomas atribuibles al estrés post-traumático debemos considerarlos por tanto, en presencia de gran actividad sísmica, como respuestas de alerta normales a un estresor imprevisible.
7.
La creación de grupos terapéuticos de unas 8 personas donde se puedan verbalizar los sentimientos, normalizar las respuestas de angustia y elaborar el duelo, lo consideramos el marco más adecuado para la prevención, a nivel individual, del síndrome de estrés post-traumático.
8.
En todo caso, la atribución diagnóstica de estrés post-traumático realizada inmediatamente después del desastre es, por lo tanto, una patologización innecesaria y perversa de la conducta humana encaminada, entre otras cosas, a ocultar los verdaderos problemas de una calidad de vida cercenada.
9.
Cabe decir, en todo caso, que la presencia de estrés post-traumático no lo produjo el terremoto propiamente dicho. Nos encontramos a una sociedad que intenta superar un escenario bélico largo y dramático, viviendo encima de una tierra que muchas veces tiembla, otras estalla, otras se inunda. La presión aumenta, la gente lucha, pero el fatalismo se impone.
10.
Desde este punto de vista, plantear una intervención psicosocial comunitaria únicamente en términos de vigilancia de la salud mental de los individuos es, desde nuestro punto de vista, un error flagrante que obvia las verdaderas causas de los problemas sociales y que son, en última instancia, los precursores de las situaciones de angustia y nerviosismo.
11.
Así, desde un punto de vista ecológico y sistémico, se propone asumir uno de sus principios básicos, a saber: Todos los sistemas, individual, familiar, grupal, comunitario, social y cultural e ideológico, son interdependientes y, por lo tanto, cualquier intervención en los niveles superiores afectará a los niveles inferiores.
12.
Desde el modelo de competencia, se propone el desarrollo de comunidades competentes. Su principio básico es que la percepción de control sobre los acontecimientos estresantes puede amortiguar los efectos de los mismos.
13.
Por qué:
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Permite predecir el estresor y anticipar estrategias de afrontamiento eficaces.
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El control facilita la autoimagen de competencia y poder.
ü
El control puede permitir determinar los resultados de la acción.
14. El desarrollo de sistemas comunitarios competentes debe basarse en:
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Identificar y modificar los escenarios de alto riesgo.
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Optimizar las redes de apoyo social: En primer lugar favoreciendo el realojamiento de manera que se respete la estructura vecinal previa al desastre.
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Promover la participación y el desarrollo comunitario.
15. Se impone, en fin, un compromiso por parte de todos los responsables vinculados a la ayuda de emergencia de generar una cultura de prevención y de desarrollo de estrategias de afrontamiento. A los responsables políticos de los países en riesgo de padecer desastres debe exigírseles que desarrollen, de una vez por todas, medidas orientadas a la reducción de los factores de vulnerabilidad y dejen de lamentarse hipócritamente de los problemas de “salud mental” que provocan las catástrofes “naturales”. Y, a nuestros responsables políticos medidas de cooperación más ágiles y eficaces, siendo especialmente deleznable la reacción del Gobierno Vasco que, desde su departamento de cooperación, dio todo un mes de plazo para presentar proyectos de ayuda de emergencia, a lo que hubo que añadir el plazo para su resolución. Obviamente, ni las organizaciones que estábamos operando en la zona, ni, sobretodo, los damnificados, disponíamos de tanto tiempo, por lo que tuvimos que trabajar con recursos propios. Los crímenes contra la humanidad pueden adoptar manifestaciones muy diversas y sutiles.
Sólo a partir de esas premisas, y no antes, podemos empezar a hablar de salud mental y, sobre todo, de calidad de vida, solidaridad y justicia.