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Los Retos de la Solidaridad

 

RICARDO DÍEZ HOCHLEITNER

Los habitantes de este mundo, cada vez más entrelazado y complejo, estamos

adentrándonos en un proceso de globalización que aparece como imparable a la vez

que cargado de incertidumbres. Pese a los innegables inmensos progresos

civilizadores acumulados y a la creciente riqueza alcanzada, las disparidades entre los

países más y menos desarrollados se hacen cada vez más abismales, además de

bolsas de pobreza considerables en el seno de los países más ricos.

 

Junto a éstos y otros fenómenos de carácter colectivo, también se observan las

miserias de la marginación y de la soledad lacerante, uno a uno, de millones de seres

humanos, extraños incluso entre los suyos más próximos pese a los valores éticos y

morales tantas veces proclamados en sus respectivos entornos.

 

Son cerca de mil millones de habitantes quienes sufren la amenaza constante o

periódica del hambre, junto con una escasísima atención sanitaria, en un medio

ambiente cada día más deteriorado y al desamparo de los erráticos cambios

climáticos. Muchos de ellos se van hacinando en las ciudades, marginados en medio

de una abundancia material insultante. De ahí que la drogadicción o la violencia

hagan presa abundante entre esas personas.

 

Más de tres cuartas partes de la humanidad vive actualmente gracias apenas a un

escaso quinto de todos los recursos naturales disponibles en nuestro planeta.

Alrededor de una cuarta parte de la población mundial carece de agua potable. Un

quinto de todos los habitantes vive con menos de un dólar por día, en medio de la

mayor desesperanza mientras no se extienda la solidaridad gracias al conocimiento

de estos problemas que a todos afectan. Éstos son algunos de los hechos que han

llevado a reconocer recientemente nada menos que a los responsables del Banco

Mundial y del Fondo Monetario Internacional que el mundo está ante una «bomba de

relojería» debido a la amenaza explosiva de su creciente pobreza.

 

Por nuestra parte, en el seno del Club de Roma, hace ya unos cuantos años que

hemos estudiado y debatido esta peligrosa realidad y tendencia, anticipada en dos

informes (La revolución de los desamparados y El escándalo y la vergüenza de

la pobreza), en los que se advertía que quién sabe si un día, haciéndose eco de aquel

grito ya lejano de «¡Proletarios del mundo uníos!», que tanto daño y dolor ha traído,

no surgirá otra proclama, esta vez «¡Pobres del mundo uníos!», que haría estremecer

a los olvidados de la Tierra y temblar de pavor a los privilegiados.

 

Y, sin embargo, el mundo está hoy más que nunca cargado de razones para la

esperanza y de logros en la buena dirección. Sobre todo, cada vez son muchos más

quienes ya no esperan sólo de la Administración pública la solución a los problemas

propios o ajenos y, más bien, toman en sus propias manos la responsabilidad de

contribuir a resolver los más diversos problemas económicos, sociales, culturales,

educativos, sanitarios o alimentarios, en planteamientos a corto y aun a largo plazo.

Es el voluntariado organizado, especialmente las organizaciones no gubernamentales,

quienes se multiplican y crecen por doquier como la más vigorosa muestra de una

emergente sociedad civil en pacífica rebeldía contra la pasividad y el esperar,

«cruzados de brazos», que las soluciones vengan simplemente de la mano de las

administraciones públicas gracias al impulso de sus respectivos gobiernos. Hoy por

hoy se trata de movimientos de muy desigual valor y alcance, unas veces un tanto

demagógicos o utópicos, incluso de eficacia a veces dudosa, pero desde luego

siempre entusiastas, bienintenciados y generosos, al menos por parte de sus bases.

 

Lo que más cuenta por ahora no es tanto el impacto cuantitativo de estas iniciativas,

aunque ya son, por ejemplo, cerca de 150 millones los campesinos que se benefician

en el mundo de concretos programas de desarrollo, directamente a cargo de ONG.

Lo que más importa, por ahora, es el efecto ejemplarizante de tales acciones y el

progresivo nacimiento y consolidación de una verdadera cultura del voluntariado.

Sin embargo, urgen medidas que contribuyan a una mayor información mutua junto

con una básica coordinación de las acciones emprendidas por las distintas

instituciones en campos afines, así como de éstas con la iniciativa pública, siempre

dentro del más exquisito respeto a la autonomía de la gestión de cada cual. Al fin y al

cabo, es la suma de muchas pequeñas acciones, en muchos lugares a menudo ignotos

y llevadas a cabo por muchas personas desinteresadas, lo que puede cambiar la fea

faz que presenta el mundo debido al egoísmo, a la ignorancia, al desamor, a la envidia

o incluso al odio. Ahora se trata de la deseable participación activa de los ciudadanos,

asentada en principios éticos de paz, seguridad y justicia. Es la ética de una

democracia actualizada que demuestra su superioridad moral frente a cualquier otra

modalidad de gobierno en cuanto es plenamente participativa, social y humana.

 

Por otra parte, el voluntariado es y debe ser visto, cada vez más y de cara al futuro,

como una ocupación social eficaz que alivia la presión de los desempleados y

parados en una perspectiva que por ahora tiende a un creciente paro estructural, al

menos mientras se reajusta la transición de las sociedades más industrializadas hacia

una sociedad progresivamente globalizada, de la información, de las comunicaciones

y del conocimiento. Por todo ello y en ese nuevo marco, el voluntariado nacido de la

solidaridad no bastará que tenga un horizonte nacional, muy deseable en una primera

aproximación a los problemas del prójimo, sino que necesitará tener también y al

mismo tiempo una visión y unos objetivos globales. Una cooperación internacional

creciente del voluntariado se impone, por lo tanto, puesto que los problemas de los

demás terminan, hoy día, afectando ineluctablemente los problemas, así como las

posibles soluciones locales concretas, al igual como ya ocurre con las regiones en el

seno de cada Estado-nación.

 

El voluntariado en el siglo XXI asumirá un papel cada vez más preponderante en la

medida en que exista conciencia de la urgente necesidad de un desarrollo

sostenible global, humano y social que proteja nuestro hábitat común (el ahora

gravemente amenazado medio ambiente) y asegure las bases de una convivencia

pacífica con estabilidad política y social en el seno de cada Estado-nación. El

voluntariado podría incluso lograr poner al servicio de nuestras futuras sociedades

una ética global común en la que predomine el valor del ser, del saber y del hacer

sobre el tener y el derrochar, a modo de afirmación personal y colectiva frente al

abusivo consumismo del estilo de vida ahora al uso entre los más afluentes.

 

Ante la universal exigencia por alcanzar el pleno ejercicio de los derechos humanos,

el voluntariado en el siglo XXI va a aportar, sin duda, el testimonio de su sentido del

deber y el ejercicio de la responsabilidad personal y social entre los grandes viejos y

nuevos retos de la solidaridad.

 

 

Ricardo Díez Hochleitner es presidente del Club de Roma. Carta a Dario Fo

 

FERNANDO SAVATER

 

Querido Dario:

 

Permíteme que te llame así, pese a no conocerte personalmente fuera del escenario,

por la familiaridad que favorecen muchos años de admirar tu trabajo, que tanto me ha

hecho reír y pensar. Puedes creer que sentí la mayor alegría cuando te concedieron

el Premio Nobel. Enhorabuena otra vez, de corazón. Pero ahora he quedado un tanto

preocupado por unas declaraciones tuyas (en El Mundo , 3-12-97) sobre la condena

a la Mesa Nacional de HB por intentar difundir el vídeo de ETA. En ellas te declaras

sorprendido «por la dureza de esta sentencia. Y creo que no sólo yo, sino que ésa es

la sensación que se tiene desde Italia. Se esperaba un fallo más sereno, menos

drástico». Hasta aquí, desde luego, nada que objetar, salvo quizá que un fallo menos

drástico podría no haber sido obligatoriamente más sereno. Y sigues luego: «Este

fallo demuestra más debilidad que fuerza. En la cultura, incluso en la lengua latina, la

magnanimidad es sinónimo de racionalidad, de paz: es una virtud grande y fuerte».

Según tú, «la dureza de esta sentencia es peligrosísima. Este gesto, en un futuro más

o menos lejano, puede provocar una reacción desesperada... Éste era un momento

muy oportuno para que el Estado demostrara su voluntad de buscar la paz. Resolver

la cuestión exclusivamente a través de los tribunales me parece muy peligroso».

Recuerdas también que HB es un partido político que ha aceptado públicamente al

Estado y que ha sido votado por una parte del pueblo, aunque «cometiese un error

grave de inhumanidad al no condenar el asesinato de un joven que era absolutamente

inocente», es decir, el concejal asesinado Miguel Ángel Blanco. Y concluyes

exhortando al Estado español, al Gobierno, al Rey y a los tribunales a que «no sigan

por esta vía que sólo aporta luto», y que vuelvan a pensarse el fallo con el fin de

sustituir las decisiones de fuerza por los caminos que conduzcan a la paz.

 

Dando por descontada tu buena voluntad y agradeciéndote además, como vasco, tu

interés por la dramática situación que padece mi país, me asalta la duda de si estás

realmente bien informado de dicha situación. Supongo que no basarás tus

comentarios, por ejemplo, en el sesgado y unilateral vídeo realizado para la RAI por

Giuseppe Ferrara (se emitió en Italia el pasado día 9), verdadero modelo de

manipulación. El señor Ferrara ha anunciado además en Bilbao que ha preparado

otro vídeo que promete ser no menos descaradamente intoxicador, con el cual espera

romper «el bloqueo informativo del Gobierno español sobre la lucha del pueblo

vasco». No necesito explicarle a un veterano militante de la izquierda como tú que

tanto en Italia como en España existe gente así, izquierdistas que se han impuesto

este fin de siglo la noble misión de equivocarse siempre, diciendo y haciendo todo lo

que puede contribuir a que se identifique la izquierda con el crimen o el disparate,

reinventando émulos del Che a partir de cualquier bárbaro: en una palabra,

reforzando los votos de la derecha gracias a la supuesta radicalización de la

izquierda. En el País Vasco también abundan, desdichadamente, y alguno además es

destacado hombre de teatro, por lo cual incluso podría tener más audiencia contigo

que otros. Por si acaso tus informaciones provienen de tales fuentes, intentaré

completarlas con otro punto de vista.

 

Para comenzar, la sentencia del Tribunal Supremo nada tiene que ver con las ideas

independentistas de los inculpados ni con su derecho a expresarlas libremente. Eso lo

vienen realizando desde hace varios lustros en el Parlamento autónomo vasco y en el

español, así como también a través de un periódico y una radio afines o en

manifestaciones públicas. El veredicto deja bien claro que no se les condena por el

concreto contenido ideológico del vídeo que defiende la llamada «alternativa

democrática» etarra, algunos de cuyos puntos básicos son tan democráticos y

realistas como la inmediata unificación de Navarra y de los departamentos vascos

franceses en una Gran Euskadi libre de ejércitos invasores. Si HB hubiese difundido

ese mismo programa como oferta electoral propia, tal como ha hecho en tantas

ocasiones, el suceso no habría tenido ninguna repercusión legal. Lo nuevo en este

caso es que ahora -quizá inquietos por su poco éxito anterior- pretendieron

presentarlo empleando como portavoces a miembros de ETA explícitamente

identificados como tales y luciendo bien a la vista sus argumentos persuasivos, las

pistolas. Así, la supuesta alternativa se convertía en ultimátum contra los ciudadanos

vascos diciéndoles claramente lo que les esperaba si no aceptaban por las buenas lo

que ya tantas veces han rechazado en sucesivas convocatorias electorales.

 

Querido Fo: ¿es admisible que la junta directiva de un partido político legal emplee tal

coacción contra los ciudadanos? ¿Es absurdo deducir que al hacerlo están

colaborando con la banda asesina que presentan en la imagen? ¿No están así

legitimando sus más de ochocientos crímenes anteriores y anunciando los venideros?

Porque HB no sólo se ha negado a condenar el asesinato de Miguel Ángel Blanco,

sino cualquiera de los demás. ¿Son sólo culpables de esas atrocidades quienes, a

veces muy jóvenes, aprietan el gatillo o también tienen cierta responsabilidad los

políticos que las presentan como algo justificable y necesario? Los miembros de la

Mesa de HB no son presos políticos, sino políticos presos, que no es lo mismo.

Políticos presos por haber hecho algo que no es política, sino incitación y apoyo al

terrorismo. ¿Es «política» su condena? Tanto como lo habría sido su absolución o

cualquier otro veredicto. Es política porque tiene repercusiones políticas inevitables

dada la personalidad de los acusados, pero no porque carezca de fundamentos

jurídicos. Los mismos que protestan por la politización de la sentencia añaden luego

que puede ser negativa para la paz en el País Vasco. ¿Hubieran preferido que fuese

política pero en otro sentido, que de nuevo se hubiese dado la impresión de impunidad

a los partidarios de la violencia para convencerlos así de que debían dejarla cuanto

antes?

 

Imaginemos un escenario a la italiana. La Euskadi unificada que proponen ETA y

HB no es ni más ni menos históricamente razonable que la Padania de la Liga Norte.

Cuenta ciertamente con menor apoyo electoral. Imaginemos que la Liga estuviese

secundada por una banda armada que hubiera asesinado ya al alcalde Cacciari de

Venecia, a Norberto Bobbio y a unos cuantos cientos de ciudadanos más. Y que

entonces la Liga cediese sus espacios electorales para que los asesinos,

enmascarados y pistolas en ristre, sirviesen de portavoces ominosos a sus demandas.

Imaginemos que llevasen ya décadas haciendo públicas esas amenazas, pese a gozar

de una de las autonomías políticas más completas de Europa, sin que tal tolerancia

disminuyera ni un ápice la violencia. ¿Debería el Estado seguir atrincherado en la

bendita magnanimidad o sería ya hora de que interviniese legalmente para proteger

de esos mafiosos a la mayoría de los ciudadanos?

 

Por lo demás, amigo Fo, sigue siendo cierto que hay que buscar con generosidad y

audacia el necesario camino de la paz. De que haya encarcelamientos no nos

alegramos ninguno de quienes ya hemos conocido personalmente la cárcel cuando la

democracia era un sueño lejano. Pero tampoco queremos que el desconcierto

oportunista o la debilidad terminen llevándonos a una nueva dictadura. Espero que, al

menos en parte, nos comprendas.

 

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de

Madrid

 

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