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Informe Mundial sobre Desastres 2004

entiéndase resistencia = resiliencia

Sustentar la capacidad de recuperación

El perfil de los desastres está cambiando. El crecimiento de la población urbana, el deterioro del medio ambiente, la pobreza y las enfermedades, combinados con peligros estacionarios como sequías e inundaciones, crean situaciones de adversidad crónica. Los medios tradicionales para capearlos ya no son adecuados pero, de todos modos, la gente expuesta a riesgos encuentra nuevos medios por iniciativa propia. Las organizaciones de ayuda deben estar a la altura. Necesitamos nuevos enfoques que acrecienten la capacidad de resistencia de la gente frente a la gama de adversidades de orden material, social y económico que les aquejan. Por capacidad de resistencia, entiendo la habilidad de capear las crisis, recuperarse y ser más fuerte que antes. Si las organizaciones de ayuda no pasan del socorro a corto plazo al apoyo a largo plazo de las comunidades en peligro, corremos el riesgo de derrochar nuestro dinero y socavar esa capacidad que nos proponemos acrecentar. Las intervenciones verticales pueden ser menos eficaces de lo que muchos suponen. Tras el devastador terremoto de Bam, en diciembre pasado, 34 equipos de búsqueda y rescate de 27 países acudieron a la ciudad y salvaron 22 vidas. Mientras que los equipos locales de la Media Luna Roja rescataron de los escombros a 157 personas con vida, utilizando unos pocos perros rastreadores. Invertir en las capacidades de intervención local permite salvar vidas y ahorrar dinero. Ahora bien, los desastres "naturales" no son los más mortíferos. En el África subsahariana, 2.200.000 personas murieron de sida el año pasado y otros 25 millones viven con la infección. Enfermedades, sequías, desnutrición, atención de salud precaria y pobreza han gestado una catástrofe compleja que exige una intervención integral que no se limite a la distribución de medicamentos y ayuda alimentaria. Paralelamente, el crecimiento incontrolado de las zonas urbanas concentra nuevos riesgos. Cada año, mas de 2.000.000 de personas mueren de enfermedades causadas por el consumo de agua contaminada y el saneamiento deficiente; muchas de esas víctimas son niños de barrios marginales. Entonces, ¿por qué los gobiernos y las organizaciones de ayuda rara vez abordan la cuestión? Los países desarrollados también tienen que hacer frente a nuevos peligros. En 2003, el aumento de cinco grados de las temperaturas estivales desencadenó un desastre vergonzoso para las ricas y modernas sociedades de toda Europa. Según estimaciones, 35.000 ancianos y otras personas vulnerables sufrieron en silencio y murieron solos, abandonados en la retirada de sistemas del Estado bienestar. Este desastre tomó a Europa por sorpresa. Las organizaciones humanitarias están más preparadas para desastres repentinos y devastadores, pero como el carácter de los desastres está cambiando, nosotros también tenemos que cambiar. En lugar de imponer definiciones y soluciones a quienes consideramos vulnerables, deberíamos preguntarles qué entienden por desastre y cómo se adaptan a los nuevos riesgos que les acechan. Las respuestas pueden ser sorprendentes e inspiradoras. En Swazilandia, el VIH/SIDA y la sequía se confabulan para perpetuar el hambre de mucha gente, pero el Jefe Masilela nos informa que, en lugar de ayuda alimentaria, su comunidad quiere semillas y sistemas de riego para poder cultivar, forjar su propia recuperación y conservar la dignidad. El gobierno, por su parte, está ampliando el acceso a medicamentos que prolongan la vida y ha contratado a 10.000 mujeres para que sirvan de madres de sustitución a millares de niños huérfanos del sida. Allende el Océano Índico, en Mumbay, supimos de una mujer que alquiló su cómodo apartamento y se mudó a una barraca detrás de un puente, donde existe el riesgo de inundaciones e incendios; pero así, puede costear la educación de su hija. Decidió que, a largo plazo, la capacidad de resistencia de su familia dependía más de esa educación que de vivir en un lugar más seguro. En el sur, las mujeres de baja casta de Andhra Pradesh redescubrieron cultivos tradicionales más resistentes que ayudaron a los agricultores a recuperarse de las deudas y la desesperación que les invadió cuando la sequía acabó con sus cultivos comerciales, recomendados por expertos de distantes capitales. La capacidad de resistencia frente a la diversidad trasunta en todas las experiencias que recoge la presente edición. La gente no cesa de adaptarse a las crisis ni de encontrar soluciones creativas para superarlas, privilegiando los medios de subsistencia y los bienes de los hogares respecto a las soluciones puntuales. Sustentar la capacidad de resistencia implica mucho más que prestar socorro o mitigar las consecuencias de cada peligro. Los conocimientos, las competencias, la determinación, los medios de subsistencia, la cooperación, el acceso a los recursos y la representación de la comunidad local son factores vitales para que la gente se recupere de los desastres. Todo ello requiere cambiar el paradigma de nuestro enfoque de la ayuda. Debemos concentrarnos en las prioridades y las capacidades de aquellos a quienes nos proponemos ayudar. Cartografiar los factores de vulnerabilidad y satisfacer necesidades ya no es suficiente. La idea no es nueva, está plasmada desde hace 10 años en el Código de Conducta relativo al socorro en casos de desastre para el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y las organizaciones no gubernamentales (ONG). Entonces, ¿por qué las organizaciones humanitarias no consiguen evaluar, o por lo menos aprovechar, las capacidades de las personas expuestas a riesgos? Tenemos que hacer tres cosas. En primer lugar, entender aquello que permite a la gente adaptarse para capear los riesgos y recuperarse. En segundo lugar, planificar nuestras intervenciones a partir de los propios conocimientos, prioridades y recursos de la comunidad. En tercer lugar, ampliar las intervenciones comunitarias, creando coaliciones con los gobiernos y abogando por cambios de políticas y prácticas a todo nivel. Si nos focalizamos tan solo en las necesidades y los factores de vulnerabilidad, seguiremos atrapados en una lógica de intervenciones repetitivas que no nutren esa capacidad de resistencia tan arraigada en cada comunidad. Llevamos décadas hablando de capacitar y sustentar la capacidad de resistencia; ha llegado la hora de pasar de la retórica a la práctica, acabar con los mitos de la víctima desvalida y la infalibilidad del quehacer humanitario, y centrar nuestra labor en los damnificados por los desastres y sus habilidades.

Markku Niskala


Sección uno - La capacidad de resistencia de las comunidades

Capítulo 1 Del riesgo a la capacidad de resistencia - Ayuda a las comunidades para capear las crisis

La prensa internacional tiende a presentar las comunidades damnificadas como comunidades desvalidas que sólo se pueden salvar con ayuda externa. Los titulares no cuentan que los supervivientes, de Bam a Nueva York, salvaron vidas con sus propias manos, recuperaron cuanto se podía recuperar y se asesoraron mutuamente. Cuando todo parece perdido, la capacidad de la gente para concertar esfuerzos y no aflojar es sorprendente y aleccionadora. En los últimos 20 años se puso de moda la palabra resistencia para definir la capacidad de super-vivencia, adaptación y recuperación después de una crisis. La ayuda para el desarrollo se orientó a enfoques centrados en la gente y basados en las capacidades locales. ¿Qué se hizo respecto a los desastres? Poco se ha analizado lo que hace la gente para sobrevivir y, menos aún, se ha planificado a partir de sus propias estrategias de supervivencia. En el presente informe se mantiene que la capacidad de resistencia ha de estar en el centro del debate sobre la ayuda y no sólo las necesidades o la vulnerabilidad. En los estudios sobre desarrollo rural y hambruna, llevados a cabo en los decenios de 1970 y 1980, el análisis dejó de centrarse en las carencias de los damnificados para interesarse por las medidas que habían tomado para sobrevivir a las crisis, conocer sus prioridades y elaborar a partir de lo que ya existía. Sin embargo, en lo que respecta a los desastres, se siguió haciendo hincapié en las necesidades, los peligros y los factores de vulnerabilidad, en lugar de analizar la experiencia, las competencias y los recursos de la comunidad siniestrada. Por mejores intenciones que se tengan, en una situación de crisis, resulta más tentador identificar las carencias (necesidades, factores de vulnerabilidad, etc.) que aquello de lo que se dispone (capacidades), probablemente, porque contribuye a racionalizar la intervención. ¿Por qué, en los 20 últimos años, no se ha logrado reorientar la gestión de desastres, a pesar de la retórica y las políticas a favor de lo segundo? Actualmente, se plantea la cuestión de saber qué hace falta para operar ese cambio de orientación y atesorar los mejores ejemplos en lo que se refiere a elaborar a partir del saber de las comunidades afectadas por desastres. Poner el énfasis en detectar las capacidades y elaborar a partir de ese saber implica cambiar el paradigma de nuestro enfoque del riesgo. En la esfera del desarrollo, el enfoque de medios de subsistencia sostenibles ofrece una marco idóneo para analizar el potencial, la competencia y las capacidades de las comunidades, en lugar de sus flaquezas y necesidades. En dicho enfoque se reconoce que determinados activos o capitales naturales, financieros, humanos, sociales y estructurales son esenciales para sustentar los medios de subsistencia. Además, se considera que los desastres, incluida la capacidad de resistir a sus consecuencias y recuperarse, han de insertarse en el marco más amplio del desarrollo. Todo ello supone un cambio significativo del tradicional enfoque de reducción del riesgo, que comienza por riesgos y peligros para luego buscar vínculos con el desarrollo. El capital natural (agua, tierra, bosques, minerales) es esencial para la supervivencia. El deterioro del medio ambiente puede agravar el impacto de inundaciones y deslizamientos de tierra. Asimismo, desastres tales como incendios, sequías e inundaciones pueden causar graves daños a los bosques, las tierras de cultivo y el ganado. Las medidas de pequeña escala para acrecentar la resiliencia ambiental abarcan: silvicultura social; piscicultura; cultivos resistentes a la sequía y recolección del agua de lluvia.
Los activos financieros (ahorro, ingresos, crédito), indudablemente, acrecientan la capacidad de resistencia frente a los desastres y aceleran la recuperación. En lugar de limitarse a distribuir artículos de socorro, algunas organizaciones de ayuda han puesto en marcha proyectos piloto de microcrédito, ayuda en efectivo y generación de ingresos en comunidades damnificadas por desastres. Ahora bien, si no se tiene una idea precisa de los riesgos, el dinero por sí solo no protege a nadie. Tras el terremoto de Bam, ricos y pobres sufrieron por igual. En lugar de financiar y llevar a cabo sus propias proyectos de recuperación, actualmente, muchas organizaciones de ayuda se aseguran que los damnificados tengan acceso a la indemnización estatal, o a préstamos con bajo interés, que les permitan reconstruir su casa y su vida después de un desastre. El capital humano (conocimientos, competencias, salud, educación, habilidad física) determina la capacidad de resistencia individual más que cualquier otro bien. En África, el VIH/SIDA está causando estragos en el capital humano, no sólo por los adultos que mata sino también, porque priva a sus hijos de educación. Programas que instruyan más sobre el VIH/SIDA pueden neutralizar la propagación del virus. En la India, el conocimiento local de simientes silvestres y resistentes, ayudó a los agricultores a recuperarse de la pérdida de sus cultivos comerciales, devastados por sequías y plagas. En Europa, el verano pasado, 35.000 personas fallecieron por la ola de calor, cuando les hubiera bastado saber que envolverse en una toalla húmeda o tomar suficiente agua fría acrecientan considerablemente la resistencia frente a una ola de calor. El capital social (solidaridad, afiliaciones, confianza) incluye redes informales de seguridad que, en momentos difíciles, ayudan a la gente a acceder a lo que necesita con tanta urgencia después de un desastre; por ejemplo, créditos o puestos de trabajo. Las comunidades con mayor capacidad de resistencia son aquellas que obran por una meta común. Las probabilidades de cooperación para dotarse de medios de resistencia son mucho mayores en grupos de clase, identidad étnica, medios de subsistencia o riqueza similares, que en comunidades divididas. Contar con el consenso de la comunidad es tan valioso como construir la infraestructura básica. Los ancianos que mantienen un estrecho contacto social con amigos y vecinos tienen más probabilidad de sobrevivir a una ola de calor, porque su vulnerabilidad se detecta mucho antes, mientras que aquellos "invisibles" para la sociedad, sobre todo, en las ciudades, son quienes más sufren. El capital estructural comprende refugios, viviendas, edificios, agua y saneamiento, herramientas, transporte y comunicaciones adecuados. La infraestructura vital en zonas expuestas a riesgo - hospitales, oficinas, cuarteles de urgencia, centros de enseñanza y refugios contra ciclones - debe ser a prueba de desastres y cumplir una función protectiva y simbólica a la vez. Saber cómo funcionan las comunidades es crucial para fortalecer su capacidad de resistencia frente a los desastres. Poder, interés y división suelen entrar en juego en las comunidades como en cualquier mercado, empresa o gobierno. Estar al tanto de esas relaciones de poder y de las desigualdades es indispensable. En África meridional, por ejemplo, el impacto del VIH/SIDA se ve agravado porque hay gente que descuida a sus propios familiares o abusa de ellos. En algunos casos, incumbe a la numerosa "comunidad" de extranjeros derribar barreras para cambiar aquello que propicia la vulnerabilidad de las comunidades. Las organizaciones extranjeras pueden servir de catalizador para fortalecer la capacidad de resistencia, sensibilizando y logrando el consenso sobre la manera de actuar. En cambio, aquellos programas que no están destinados a mejorar la condición social pueden reforzar la posición de quienes detentan el poder. Mejorar la capacidad de resistencia local frente a los riesgos incumbe a todos aquellos que intervienen en la ayuda. Si no entendemos esas capacidades ni elaboramos a partir de ellas, perpetuamos la idea de que "nosotros sabemos más" y que el riesgo es lo único que importa. Actuando así, dejamos de lado el recurso más importante de la gestión de desastres, es decir, las propias estrategias de la gente para adaptarse y capear las crisis. De todo lo antedicho se desprende que:

• urge proceder a una evaluación sistemática de aquello que permite a la gente adaptarse a riesgos y adversidades, capearlos y recuperarse, tanto en el hogar como en la comunidad; • ya se trate de socorro, recuperación o reducción del riesgo, acrecentar el capital social debería ser el objetivo de toda intervención en casos de desastre y no, un producto derivado;

• los enfoques de desarrollo centrados en la gente son modelos que pueden contribuir a mejorar la ayuda humanitaria y la gestión del riesgo de desastres;

• hacen falta nuevas estrategias institucionales y coaliciones multisectoriales para acrecentar la resistencia de los medios de subsistencia locales frente a riesgos multidimensionales;

• el buen gobierno es esencial para crear un entorno donde comunidades con una mayor capacidad de resistencia puedan prosperar, y

• la multiplicación de estrategias basadas en las aspiraciones y capacidades de las personas expuestas a riesgo sigue siendo el reto principal.

Capítulo escrito por Yasemin Aysan, analista independiente de cuestiones humanitarias y de desarrollo, con aportes de Terry Cannon, coautor de At Risk: Natural hazards, people's vulnerability and disasters, y de Jonathan Walter, Redactor del Informe Mundial sobre Desastres. El texto del recuadro es de Bruno Haghebaert, Encargado Principal de la Secretaría del Consorcio ProVention.

Lucha común contra las inundaciones en la Isla de Tuti La Isla de Tuti se encuentra en el Nilo, frente a Jartum, la capital de Sudán y está sumamente expuesta a inundaciones. Esta isla de 8 km-, tiene unos 15.000 habitantes que son agricultores, empresarios y empleados públicos; todos ellos con un gran sentido de identidad e independencia comunitarias. Inundaciones recurrentes han anegado distintas partes de la isla a lo largo de los años, y para protegerse, los isleños han elevado las paredes y la entrada de sus casas. También han revocado las paredes externas para que resistan a las aguas y han unido fuerzas para elevar el nivel de la costa con sacos de arena y afirmar el terreno, plantando árboles jóvenes. Cuando la estación de inundaciones está por comenzar, los dirigentes locales forman un comité de control que se ocupa de establecer el plan de contingencia, coordinar las operaciones de emergencia y prestar asistencia material. También se forman subcomités encargados de subsidios de ayuda, comunicaciones, distribución de alimentos, salud y finanzas. Estos subcomités están integrados por voluntarios. Cuando el nivel del río empieza a subir, dicho comité organiza patrullas que recorren el río las 24 horas del día. Los residentes, por su parte, colocan sacos de arena en la costa. En las zonas más vulnerables, equipos de la juventud distribuyen azadas, palas y bolsas de arpillera para la arena. Cuando se teme que el Nilo supere esas defensas, los voluntarios que patrullan usan tambores y el megáfono de la mezquita para alertar al resto de la población. Cada vez que alguna parte de la isla se inunda, los voluntarios de la Media Luna Roja organizan las tareas de búsqueda y rescate, prestan primeros auxilios, hacen controles de enfermedades y distribuyen agua potable. Aquellos cuya vivienda fue inundada se van a la casa de algún familiar en las zonas más altas, o bien, se refugian en la mezquita y la escuela primaria. Más de una vez, viviendas y edificios públicos se han reconstruido mediante la acción colectiva. Recurriendo a la inventiva y a mecanismos bien aceitados para capear los desastres, el pueblo de Tuti ha logrado resistir a las mayores inundaciones que aquejaron a Sudán en los últimos tiempos, sin sufrir bajas importantes y, prácticamente, sin ayuda externa.

Sección uno - La capacidad de resistencia de las comunidades

Capítulo 3 Aprovechamiento de capacidades locales en la India rural

Entre 1994 y 2003, los desastres "naturales" y tecnológicos en la India dejaron un saldo de 68.671 muertos y una media anual de 68 millones de damnificados y 1.900 millones de dólares anuales por daños directos a la economía. Este saldo es peor que el de la década anterior, por lo cual, urge más que nunca sustentar la capacidad de resistencia de las comunidades de la India. Dicha capacidad consiste en prepararse en previsión de desastres, intervenir en casos de desastre, mitigar el impacto de los desastres y recuperarse. En este capítulo se resumen tres estudios de caso que son otros tantos ejemplos de los medios empleados para fortalecer la capacidad de resistencia de la comunidad. Nuestro primer estudio, que se centra en el pueblo de Samiapalli del Estado de Orissa, expuesto a desastres, muestra que dar prioridad a la reducción del riesgo antes de que sobrevengan los desastres da resultado. En la década de 1990, con ayuda de una ONG local, la comunidad se embarcó en un largo proceso de desarrollo, uno de cuyos elementos fue construir viviendas a prueba de desastres. En octubre de 1999, cuando un superciclón azotó el pueblo, esas viviendas permitieron salvar vidas y medios de subsistencia, mientras que millares de personas que vivían en casas menos sólidas perecieron en torno a ellas. Nuestro segundo estudio subraya el drama de los agricultores de subsistencia aquejados por la sequía en la región semiárida de Zaheerabad, Estado de Andhra Pradesh. Desde mediados de la década de 1990, la zona viene sufriendo de una inseguridad alimentaria crónica debido a la sequía y a la pérdida de cultivos comerciales (trigo, arroz y algodón), debido a las plagas. Se estima que en los seis últimos años entre 4.000 y 5.000 agricultores, agobiados por sus deudas, se suicidaron. Ahora bien, inspiradas por un organismo local de desarrollo, algunas de las comunidades más pobres y marginadas redescubrieron los cultivos tradicionales a prueba de sequía y técnicas agrícolas en un empeño por lograr la autosuficiencia. Actualmente, la iniciativa abarca 65 pueblos. Nuestro tercer estudio describe la experiencia de los habitantes de Patanka, Estado de Gujarat, quienes después del terremoto devastador de 2001, reconstruyeron casas más sólidas con apoyo de una asociación de organizaciones locales e internacionales. A los campesinos, que se habían quedado sin trabajo por tres años de aguda sequía, se les impartió formación de albañil y a todas las familias del pueblo se le ayudó a construir casas resistentes a terremotos. El resultado de esta iniciativa permitió que los habitantes de este pueblo tuvieran acceso a fondos estatales para implantar un nuevo sistema de recolección de agua de lluvia a fin de mejorar su salud y el rendimiento de sus cultivos. Aunque cada estudio es único, se constató que había algunos obstáculos, principios y factores de éxito, comunes a los tres. Las organizaciones de ayuda sirvieron de catalizador en el proceso de transformación liderado por la propia comunidad para pasar de la vulnerabilidad a la capacidad de resistencia. Algunos habitantes se mostraron hostiles al cambio y hubo que ganárselos fomentando el consenso. Por lo general, cada comunidad tiene ideas, recursos y motivación para acrecentar su capacidad de resistencia frente a los desastres, pero todo ello permanece oculto o no se reconoce. El reto de las organizaciones de ayuda reside en crear un entorno fértil para los recursos locales. Esto último puede consistir en mejorar la confianza y la condición de los grupos más marginados, o bien, en facilitar el acceso a los recursos financieros y técnicos que hacen falta para que la comunidad realice sus planes. Es preciso establecer un equilibrio que permita aprovechar mejor los conocimientos existentes y lograr que se acepten las ventajas que aportan nuevas ideas y prácticas, tarea que se ve dificultada por la poca instrucción y el desconocimiento de prácticas alternativas. Por lo general, los campesinos con mayor iniciativa fueron aquellos que habían partido de su comunidad en busca de una vida mejor. En cada comunidad había opiniones divergentes que crearon tensiones, en particular, acerca de las necesidades inmediatas (comida suficiente, ahorros) y la protección contra el riesgo a más largo plazo (agua potable, casas más seguras). En muchos casos, llevó varios meses lograr el consenso acerca de la acción comunitaria en su conjunto. Una vez obtenido el acuerdo, el reto mayor consistió en cumplir con las crecientes expectativas de la comunidad (y sus vecinos). Por otra parte, para que sea eficaz, cada proyecto debe vincularse con procesos más amplios que acrecienten la capacidad de resistencia y reduzcan el riesgo. Al respecto, cabe señalar que, cuando las iniciativas locales dan resultado, las probabilidades de que se repitan en otra parte son mucho mayores que tratándose de proyectos financiados e impuestos desde arriba por organismos externos. En primer lugar, cualquier organización que viene "de fuera" debe reconocer que su presencia puede desestabilizar el equilibrio de poder en el seno de la comunidad. Incluir a los poderosos, al tiempo que se impulsa la capacitación de los desapoderados es una tarea que exige mucho tacto. Por consiguiente, es esencial encontrar la mejor forma de entrar para granjearse la confianza de toda la comunidad y atender las necesidades reales de quienes están expuestos a riesgos. Ya se trate de mejorar el abastecimiento de agua y el saneamiento, construir casas a prueba de desastres, o de cualquier otra forma de entrar, el resultado a largo plazo dependerá de que se incluya a toda la comunidad en el proceso. Esto puede resultar más difícil en comunidades divididas por motivos de casta u origen étnico. El proceso de acrecentar la capacidad de resistencia tampoco puede limitarse a un solo peligro. Cada una de las comunidades que analizamos está expuesta a una serie de peligros naturales y riesgos crónicos de enfermedad, inseguridad alimentaria y pobreza. Es indispensable adoptar un enfoque multidimensional que preserve los medios de subsistencia, multiplique las competencias y refuerce la infraestructura. Por lo tanto, el único medio viable de consolidar la capacidad de resistencia consiste en incorporar la reducción del riesgo de desastres en el proceso de desarrollo. Esta clase de enfoque recoge la opinión de las personas vulnerables a quienes, en muchos casos, les preocupa más reducir riesgos persistentes como la pobreza y la mala salud que mitigar las consecuencias de un desastre puntual. Asimismo, este enfoque requiere trabajar en colaboración con el gobierno local siempre que sea posible. A veces, las iniciativas locales son tan buenas que el gobierno se las apropia para aplicarlas en otras partes. A continuación, se enumeran los 10 principios que contribuyeron al resultado de las iniciativas analizadas en los tres estudios de caso que nos ocupan.

1. Encontrar la mejor forma de entrar en la comunidad.

2. Fomentar el consenso de la comunidad.

3. Elaborar a partir de los conocimientos y competencias locales.

4. Capacitar a las mujeres.

5. Facilitar más que financiar (organismos externos que sirven de catalizadores).

6. Obtener resultados tangibles para que el primer proyecto haga autoridad y facilite los siguientes.

7. Fortalecer los medios de subsistencia locales.

8. Encontrar medios de repetir la experiencia para sustentar la capacidad de resistencia más allá de cada comunidad.

9. Cimentar la capacidad de resistencia es tan importante como construir la infraestructura básica.

10. Integrar la reducción del riesgo en el proceso de desarrollo.

Esencialmente nuestros estudios de caso demuestran que para obtener resultados hay que adoptar un enfoque centrado en la gente, elaborar a partir de los conocimientos y recursos existentes, perfeccionar las competencias y mejorar la condición de quienes están expuestos a riesgos para que puedan resistir a todos los peligros que les aquejan y recuperarse de sus consecuencias.

Capítulo y texto del recuadro escritos por Mary Todd y Tom Palakudiyil. Mary Toddd es consultora independiente en gestión y reducción del riesgo de desastres, y ex jefa del equipo de preparación en previsión de desastres y mitigación de desastres de Ayuda Cristiana. Tom Palakudiyil es Gerente Regional de Ayuda Cristiana en Asia Meridional, organización que lleva a cabo programas en Bangladesh, India y Sri Lanka.

La capacidad de resistencia más allá de la comunidad Fortalecer la capacidad de resistencia de la comunidad es sólo el primer paso. El reto consiste en ampliar las iniciativas de micronivel a tal punto, que influyan en las políticas y prácticas estatales. Tras el superciclón de Orissa, de 1999, CASA, una ONG de la India, se percató que la labor de desarrollo puede resultar vana sin una adecuada mitigación de los desastres. Entonces, abrió un centro para impartir formación a comunidades y ONG locales en tareas de sensibilización sobre los desastres; creación de brigadas de intervención en casos de desastre; capacitación; generación de ingresos; medidas de mitigación; movilización, y acopio de datos. Una vez terminada la formación, los participantes volvieron a su pueblo para crear dichas brigadas e instruir, a su vez, en preparación para desastres e intervención en casos de desastre. Las brigadas constituyeron un fondo con aportes de la comunidad para comprar y almacenar equipos y artículos de socorro. Además, se ocupan del mantenimiento de los refugios anticiclones, construidos por CASA, y de que se utilicen todo el año. En 2002-2003, en el centro de CASA se impartió formación a 380 participantes de 70 pueblos. El empeño con las brigadas de intervención en casos de desastre es muy grande y durante las inundaciones de 2003, sus integrantes desempeñaron un papel fundamental, pues colocaron bolsas de arena en las orillas de los ríos, rescataron personas que estaban varadas, prestaron primeros auxilios y administraron refugios. Aprovechando el resultado obtenido en Orissa, CASA promovió la formación de dichas brigadas en 110 pueblos vecinos de Bengala Occidental. Además, estas brigadas son un elemento importante de las iniciativas de base comunitaria en gestión de desastres, que lleva a cabo el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 1.603 pueblos de todo Orissa. Según una evaluación reciente, en el marco del proyecto del PNUD se ha logrado que la preparación en previsión de desastre se incluya en el programa del gobierno local.

Sección uno - La capacidad de resistencia de las comunidades

Capítulo 5 Cimientos de la capacidad de resistencia en comunidades filipinas

En diciembre de 2003, los deslizamientos de tierra en el sur de Filipinas, que dejaron un saldo de 200 muertos y miles de personas sin hogar, reavivaron el debate sobre la prevención de desastres. En el período 1971-2000, los desastres "naturales" cobraron 34.000 vidas en Filipinas y, en el período 1990-2000, aquejaron gravemente a 35 millones de personas. La preparación en previsión de desastres, basada en la comunidad (PPDBC), ¿puede contribuir a fortalecer la capacidad de resistencia de los filipinos frente a los peligros naturales? Los datos sobre desastres no traducen la cabal dimensión de los daños causados por peligros menores y recurrentes como los tifones que sobrevienen una vez por mes durante la estación de tormentas. Las ráfagas de viento y las lluvias torrenciales que acompañan los tifones destruyen cultivos, ganado y propiedades, provocan la erosión del suelo y cubren las tierras de cultivo de limo y piedras. Cultivadores y agricultores son quienes más sufren. Los campos han de limpiarse antes de volver a plantar y, además, el cambio de las estaciones de siembra puede contribuir a que inundaciones, sequías y plagas causen mayores estragos. La demanda de mano de obra dismi-nuye, porque los agricultores economizan, y los daños les disuaden de invertir para mejorar sus plantaciones. Además de destruir viviendas de mala calidad y causar brotes de enfermedades, los desastres recurrentes traen aparejada la escasez de alimentos y medicamentos, lo que hace aumentar los precios. Mucha gente no puede permitirse invertir para recuperarse porque las oportunidades de ganar ingresos también escasean después de un desastre. Las consecuencias de los desastres agudizan la pobreza, agravan la vulnerabilidad e interrumpen el desarrollo. Desde 1994, la Cruz Roja Filipina (CRF) ha dejado de centrarse en la intervención en casos de desastre para ocuparse también de preparación en previsión de desastres. En el marco de los proyectos, se identifican los pueblos expuestos a tifones y luego, los voluntarios reciben formación de preparación en previsión de desastres. Se alienta a las autoridades locales y a dichos voluntarios a establecer planes de acción para tomar pequeñas medidas de mitigación tales como: plantar mangles y árboles; construir diques, muros de contención y centros de evacuación; limpiar los canales de riego y colocar bolsas de arena en determinados lugares de los ríos. Las iniciativas se planifican con miembros de la comunidad y representantes de unidades del gobierno local. Dichas unidades ayudan a costear los gastos o a cumplir con los requisitos técnicos. Si bien, las medidas de mitigación material ayudan a proteger vidas y propiedades, la CRF considera que el principal valor de la PPDBC reside en el proceso que conlleva. Los resultados concretos de los proyectos tienen un valor simbólico, pues muestran los logros de las personas en cuestión. La participación en la PPDBC multiplica los conocimientos y competencias locales. La realización de proyectos sensibiliza sobre lo que se puede hacer en el plano comunitario. Además, la PPDBC ayuda a consolidar los lazos entre las comunidades, la Cruz Roja y las autoridades. Las reacciones han sido positivas. Un voluntario de Leyte comentó que la formación recibida le ayudó a convencerse que los voluntarios de preparación en previsión de desastres y los miembros de la comunidad tienen el poder de cambiar su situación. No obstante, la PPDBC también tiene sus desventajas.

• Los proyectos se focalizan más bien en resultados a corto plazo que a largo plazo debido a restricciones de financiamiento y a las presiones que se ejercen para demostrar rápidamente que dan resultado.
• Puede resultar una carga, pues exige que los participantes sacrifiquen tiempo, energías y otras oportunidades de empleo.

• Varios factores comprometen la sostenibilidad. Algunos voluntarios parten en busca de empleo, poco tiempo después de haber terminado su formación y otros la olvidan, si no tienen posibilidad de ponerla en práctica.

• Las estructuras de mitigación no abordan en forma adecuada la cuestión de los medios de subsistencia. El enfoque basado en el peligro deja de lado los factores de vulnerabilidad y, por lo tanto, la mitigación se centra concretamente en cada desastre.

• Puede ser inhibidora, si crea expectativas sin acrecentar la capacidad local de abordar las raíces de la vulnerabilidad. Se puede desorientar a los participantes para que no la vinculen con cuestiones más importantes, contenciosas desde el punto de vista político, que propician la vulnerabilidad. Los políticos pueden utilizarla para eludir la responsabilidad de reducir la vulnerabilidad.

Una evaluación más precisa de los factores que generan vulnerabilidad o fomentan la capacidad de resistencia frente a los desastres puede redundar en intervenciones más eficaces y una mejor movilización. Los filipinos son vulnerables frente a los desastres por tres motivos. Primero, sus medios de subsistencia son vulnerables por la escasez de puestos de trabajo, los salarios bajos, el deterioro de los recursos naturales, el menor rendimiento de los arrozales y la desigualdad de los contratos de arrendamiento. Segundo, las modalidades de uso de los recursos naturales están cambiando porque el desarrollo urbano, la minería y la tala comerciales deterioran el medio ambiente. Tercero, dado que la gente es pobre y está marginada, le resulta difícil acceder a recursos tales como la tierra o los préstamos para el desarrollo. También es importante entender qué hacen las comunidades para capear los desastres y recuperarse de sus consecuencias, y saber que los distintos grupos tienen distintas necesidades y capacidades. Durante las crisis, en muchos hogares se come más barato, consumiendo lo que se cultiva en casa (por ejemplo, bananas y tubérculos) en lugar de arroz y pescado que son más caros. Además, se recurre a familiares y amigos para pedir apoyo financiero o ayuda para encontrar trabajo; se diversifican las fuentes de ingreso, por ejemplo, buscando empleo en otra parte, o se ingresa en cooperativas locales que ofrecen artículos a bajo precio, préstamos con una tasa de interés razonable y sistemas de ahorro y crédito para microempresas. Las iniciativas de PPDBC deben insertarse en la planificación del desarrollo, si se pretende que contribuyan a reducir la vulnerabilidad. Ahora bien, la diferencia entre gestión de desastres y desarrollo es muy real para donantes, ONG y organismos estatales. Por ejemplo, el donante de un proyecto de la CRF en la provincia de Benguet, retiró su apoyo antes de lo previsto, pues entendía que las actividades de generación de ingresos no se centraban suficientemente en la mitigación de desastres. En cambio, los participantes locales las consideraban válidas porque abordaban aspectos más amplios de la vulnerabilidad. Desdichadamente, en el contexto de la PPDBC, la financiación de actividades basadas en los medios de subsistencia sigue siendo escasa; por un lado, porque el costo de estos proyectos es relativamente más alto que el de los proyectos de preparación en previsión de desastres y, por el otro, porque los donantes quieren mantener a toda costa la brecha entre desastres y desarrollo. Las organizaciones humanitarias tendrían que abstenerse de imponer medidas de mitigación material, establecidas de antemano para cumplir con el calendario de los donantes. Únicamente, a partir de un análisis minucioso de los peligros y de los factores sociales, políticos y económicos que sustentan la capacidad de resistencia o propician la vulnerabilidad se pueden sentar las bases de una intervención eficaz. Dicho análisis revelará muchos más problemas (y expectativas) que los que puede solucionar cualquier organización por sí sola; de ahí que las organizaciones humanitarias deban cooperar con otros organismos locales e internacionales que sean competentes en distintos sectores. La PPDBC no es la panacea, pero puede desempeñar un papel importante para que las comunidades puedan protegerse frente a los desastres. A continuación, hacemos algunas recomendaciones a los colaboradores del quehacer humanitario.
• Analizar las raíces de la vulnerabilidad frente a los desastres.

• Comprender la validez de los medios de subsistencia y capacidades locales.

• Escuchar los planteos y prioridades de la comunidad.

• Incluir a otros actores para compartir la carga de reducir el riesgo.

• Movilizar en torno a aquellas cuestiones que la comunidad no puede abordar por sí sola.

• Abogar por una planificación del desarrollo que incluya la reducción del riesgo.

Capítulo y texto del recuadro escritos por Katrina Allen, investigadora asociada del Departamento de Sociología de la Universidad de Leicester, Reino Unido. La fuente principal fue la investigación realizada entre 1998 y 2002, en el marco de un proyecto financiado por la Federación Internacional, que contó con el apoyo de la Cruz Roja Filipina y el Centro de Investigaciones sobre Peligro de Inundaciones de la Universidad de Middlesex, Reino Unido.

Capacidad de resistencia y desarrollo En un programa de silvicultura, de base comunitaria, el gobierno filipino combinó objetivos de reducción de desastres con objetivos centrados en los medios de subsistencia. Este programa se lleva a cabo en una zona de Leyte meridional que fue escogida por ser "un lugar de predilección" de la tala ilegal. Los participantes formaron una organización y a cada uno se le adjudicó una parcela de cinco hectáreas, como máximo, en terrenos del Estado. En 80 por ciento de la superficie de cada predio se plantaron determinados árboles en pie y el 20 por ciento restante se reservó a verduras y cultivos comerciales. Una vez que los árboles alcanzan la plena madurez, los participantes pueden talarlos; 70 por ciento del producto de la venta va a la organización vecinal y 30 por ciento al Estado. A su vez, la mitad de ese 30 por ciento se invierte para extender el programa a otras zonas. La organización de vecinos se ocupa de patrullar para impedir la tala ilegal. Una ONG local organizó a la comunidad y, con ayuda del Estado, impartió formación técnica para prevenir la erosión del suelo mediante el cultivo en franjas y la construcción de setos y terrazas. También se incluyeron métodos de agricultura orgánica y servicios de salud. Los elementos del proyecto con miras a evitar la erosión del suelo, también reducen las probabilidades de que haya desprendimientos en las tierras altas. Además, se incorporaron otras medidas de preparación en previsión de desastres: regulación del caudal de los canales de riego para aliviar las inundaciones; cultivo de variedades de arroz de secano en las tierras altas, e implantación de cortafuegos junto a árboles resistentes al fuego. Hay muchas más probabilidades de que tales medidas sean sostenibles, porque están insertas en la planificación del desarrollo.


Cuando Cortés llegó en 1519 a las costas de Tabasco recibió como regalo del cacique local a una muchacha llamada Malinche que sería bautizada con el nombre de Marina. Las relaciones entre Malinche y Cortés fueron muy estrechas, convirtiéndose la muchacha en intérprete y consejera del conquistador. Una vez acabada la conquista Cortés decidió casarla con uno de sus capitanes, no sin antes reconocer al hijo nacido de su relación, Martín Cortés. En la historia de México Malinche se convertirá en un símbolo del indio seducido y abandonado, dando lugar al término malinchismo, con el que se señala la entrega a lo que viene de fuera y la incapacidad para valorar lo propio.

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