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EL PAPEL DE LA MEMORIA COLECTIVA
EN LA RECONSTRUCCIÓN DE SOCIEDADES
FRACTURADAS POR LA VIOLENCIA


por Carlos Martín Beristain

Mirarse en el espejo de la verdad

Tras la finalización de conflictos o dictaduras, muchas sociedades se han planteado la necesidad de conocer el pasado, para dar voz a las víctimas cuya experiencia había sido silenciada o manipulada y para que la sociedad entera, una buena parte de la cual había vivido al margen de esas atrocidades, reconociera lo que había sucedido. Ese trabajo fue oficialmente encargado a Comisiones de la Verdad , que tenían que llevar adelante una investigación veraz sobre los hechos y un reconocimiento a las víctimas, proponiendo también formas de reparación o de prevención de las atrocidades en el futuro.

Estos intentos no han estado exentos de obstáculos. Los/as detractores/as de esos procesos, quienes han tenido graves responsabilidades en la violencia contra la población civil y, en general, la historia oficial de muchos países, han tratado de promover el reparto de responsabilidades entre tod@s, y recetar el olvido como la fórmula para la reconstrucción. Sin embargo, la experiencia indica que es la amnesia la que hace que la historia se repita y que se repita como pesadilla. La buena memoria permite aprender del pasado, porque el único sentido que tiene la recuperación del pasado es que sirva para la transformación de la vida presente ( Galeano, 1996).

Para las poblaciones afectadas por la violencia la memoria tiene no sólo un valor terapéutico colectivo, sino también de reconocimiento social y de justicia, por lo que puede tener un papel preventivo a escala psicológica, social y política.

Sin embargo, la lucha por la verdad no es un camino fácil, está sometido a todas las contradicciones sociales. Según John Berger, la historia infunde esperanza a los desesperados y explotados que luchan por la justicia. En el mundo de los relativamente ricos, sin embargo, el olvido, se ha convertido en la única e insaciable demanda de la historia .

 

¿Qué piensan las víctimas y sobrevivientes?

En los contextos de guerra y represión política, las poblaciones victimizadas no han tenido la oportunidad de señalar a los culpables, obtener un reconocimiento social de los hechos y de su sufrimiento, ni una reparación social basada en la justicia. Además, frecuentemente la memoria está atada por el miedo, la desvalorización social o incluso la criminalización de las poblaciones afectadas. Todo ello conlleva efectos muy negativos en la identidad individual y social de los afectados, así como efectos sociales más amplios derivados de la impunidad.

El primer paso para la reconciliación es que la gente no puede reconciliarse con sus experiencias, ya que si no puede compartirlas con otr@s y darles una dimensión social, no puede hacerlas parte de su vida. La gente que ha perdido a sus familiares quiere y necesita saber qué pasó con ell@s, dónde están sus cuerpos. En caso contrario se les obliga a un duro proceso de duelo y a quedar excluidos de nuevos proyectos personales y colectivos.

Para las víctimas y familiares el conocimiento de la verdad es una de las principales motivaciones. Esa demanda implícita de dignificación está muy ligada al reconocimiento de la injusticia de los hechos y a la reivindicación de las víctimas y los familiares como personas cuya dignidad trató de ser arrebatada.

A pesar de confrontarse de nuevo con el dolor también saben que aquello a lo que están sometid@s en sus vidas es intolerable. Para mucha gente, el solo hecho de darle nombre a lo intolerable constituye en sí mismo una esperanza, ya que cuando se dice que algo es intolerable, resulta inevitable la acción. Pero romper el silencio de los hechos, hablar de la experiencia, por amarga o dolorosa que sea, es descubrir la esperanza de que esas palabras quizás sean oídas y luego, una vez oídas, juzgados los hechos (Berger, 1986).

El conocimiento de la verdad también está unido a otras demandas de reparación como el resarcimiento y las exhumaciones, para reconstruir los lazos con el pasado y los/las que murieron. Todo eso implica que para mejorar la situación de las víctimas, y dado el impacto de la violencia y el propio clima social del país, se necesita asumir la verdad, luchar contra la impunidad y apoyar a los sobrevivientes.

Entre los motivos para dar su testimonio es frecuente la posibilidad de realizar investigaciones sobre el paradero de sus familiares y exhumaciones. Detrás de muchas de esas demandas hay no sólo necesidades psicológicas, sino también problemas prácticos como los derechos de sucesión o la propiedad de la tierra.

Otras muchas personas piden justicia y castigo a los culpables (que en ocasiones son victimarios conocidos en las comunidades). El ánimo de venganza no ayuda a la reconstrucción del tejido social , pero la convivencia con los victimarios puede seguir siendo un problema importante cuando no se hace justicia y además, muchos de ellos pueden haber sacado ventaja social de su poder (dinero, tierra, etc.). En la demanda de justicia hay por tanto implícita una demanda de lograr unas nuevas bases para la convivencia, que no estén fundadas en la posesión de las armas o el poder de coacción.

El objetivo de este trabajo incesante de reconstrucción del tejido social es unir lo que la vida ha separado, lo que la violencia ha desgarrado. Este trabajo se parece a la poesía que, según John Berger, no puede reparar ninguna pérdida, pero desafía al espacio que separa.

 

¿Cómo se reconcilia un país con su realidad?

El problema no es que la memoria nos lleve a vivir mirando hacia atrás. Es precisamente al revés, el presente es inmutable y está atado por el pasado porque se teme el cambio. Y cuando no se deja que se conozca la verdad es porque el sistema no está muerto. Si se dejase, sería un indicador de su muerte, como esos personajes de quienes se empieza a conocer una historia veraz cuando han desaparecido.

El pasado no es una carga de la que librarse, de cuyo peso muerto los vivos pueden o incluso deben deshacerse en su marcha hacia el futuro. El pasado no tira hacia atrás sino que nos presiona hacia delante. Para Hannah Arendt hay tiempos históricos, raros periodos intermedios, en los que el tiempo está determinado tanto por cosas que ya no son como por cosas que todavía no son. En la historia estos intervalos han demostrado en más de una ocasión que pueden contener el momento de la verdad. El intervalo entre el pasado y el futuro no es un continuum , sino un punto de fractura en el que luchamos para hacernos un lugar propio. En esos momentos la memoria de la violencia puede convertirse en una realidad tangible y en una perplejidad para todos, pasando a ser un hecho políticamente relevante.

 

¿Hay relación entre verdad, justicia y reconciliación?

Si la historia se convierte en pesadilla, se debe a que el pasado se obstina en no serlo. La "elaboración" del trauma supone reconocer que ha quedado atrás, sustituir la simultaneidad psicológica por una secuencia pasado-presente, ir desalojando poco a poco el lastre del agravio y el resentimiento que nos mantiene apegados a un ayer interminable. Pero para ello es necesario el recuerdo colectivo como una forma de reconocer que los hechos ocurrieron, que fue injusto y que no se debe repetir (Jodelet,1992).

Pero existen al menos dos verdades: una factual y otra moral, la verdad de las narraciones que cuentan lo que ocurrió y la de las narraciones que intentan explicar por qué y a causa de quién. La primera supone un proceso de investigación del pasado y la publicación de los hechos, los responsables y la memoria de las víctimas. La segunda requiere de todo un proceso social, educativo y político para hacer "calar" esa verdad, en el que sólo parecen estar comprometidos iglesias, ONG y organizaciones sociales.

A pesar de las demandas de las propias víctimas para conocer la verdad, enfrentar los hechos y pedir responsabilidades, frecuentemente desde el estado se plantea la impunidad como el único horizonte posible. Sin embargo, la impunidad no es inevitable .

En mi opinión no debemos considerar la curación de Suráfrica como un hecho, sino como un proceso, y la comisión ha contribuido de forma magnífica a ese proceso porque ahora las víctimas de las atrocidades saben lo que les ocurrió a sus seres queridos y algunos de ellos se han mostrado magnánimos: han sido capaces de escuchar las confesiones de los agentes del apartheid y han replicado que les perdonan. Por supuesto, otros tienen tanta amargura que les resulta imposible olvidar el dolor de perder a quienes querían . Pero creo que, en general, la Comisión ha hecho un trabajo maravilloso y nos ha ayudado a alejarnos del pasado para concentrarnos en el presente y el futuro . Nelson Mandela, 1998 (EL PAÍS semanal: 1158:26)

Pero además, existen otras formas de sanción social que pueden ayudar a la reconstrucción, como la separación de cargos, la eliminación de prerrogativas, la inhabilitación para ejercer cargos públicos, etc. para eliminar el poder de los/las responsables, promover un nuevo espacio social para la reconstrucción y evitar los falsos procesos de reconciliación.

 

Asumir la verdad en sociedades fracturadas

Asumir la verdad en sociedades fracturadas es el resultado de un proceso complejo. La publicación de informes sobre la verdad es sólo el primer paso. Pero cuando se ha empezado a romper el silencio es más probable que otros hechos y pruebas se vayan conociendo y ayuden a asumir la verdad.

Sin embargo, en muchas sociedades fracturadas por hechos traumáticos recientes, el compartir sobre el pasado provoca una polarización en las actitudes hacia la sociedad, o al menos una actitud más negativa de la situación actual, dado que no puede obviarse el impacto de los hechos vividos y las exigencias de justicia y reparación que no han sido escuchadas. La memoria puede entonces hacer explícito un conflicto subyacente para lograr un nuevo equilibrio social. Sin embargo, en los países con un menor conflicto actual sobre los traumas del pasado, la reevaluación se relaciona con una mejor imagen de la sociedad (Martín Beristain, 1999). El caso reciente del proceso contra Pinochet ha puesto de manifiesto cómo la justicia puede hacer visibles las fracturas sociales de la sociedad chilena y la necesidad de tomar medidas para restablecer unas nuevas bases de convivencia social.

La distorsión de la memoria colectiva, y el no reconocimiento social de los hechos, tiene también efectos en los supervivientes como una privatización del daño, una falta de dignificación de las víctimas y una pérdida de apoyo por parte de las personas más afectadas, que se encuentran así sin marco social para darle un significado positivo a su experiencia.

Por todo ello, si bien la verdad es un paso necesario, la idea de que la reconciliación depende sólo de la posibilidad de compartir la verdad de los hechos no es tan cierta. Primero, porque se necesitan más pasos después para evitar que la verdad se quede sólo en una confirmación del daño. Pero también porque las versiones de la historia (verdad moral) se adecuan a las necesidades del presente y están relacionadas por la identidad de las personas y grupos (según Ignatieff, lo que parece verdadero depende de lo que creemos ser y una identidad es definida, en gran parte, por lo que no somos " durante la guerra en Bosnia, para muchos, ser serbio significaba ante todo no ser croata ni musulmán ").

Por eso la reconciliación es más difícil en:

    1. Sociedades con grave polarización sobre el pasado.
    2. Cuando no hay nuevos consensos sociales después de la guerra.
    3. Si el nuevo marco de convivencia está regentado por los antiguos actores o nuevas fuerzas excluyentes.
    4. Cuando las comunidades existentes están muy consolidadas en torno a su propia verdad.
    5. Donde la identidad de un grupo se consolida por el miedo al otro.

 

La memoria retorcida

Sin embargo, hay muchos ejemplos en la historia de tendencias de reconstruir la memoria de una manera distorsionada, incluso responsabilizando a las víctimas. Por ejemplo, según algunas encuestas, la mayoría de la población alemana de más de 40 años cree que los judíos fueron en parte responsables del Holocausto (Daniel, 1992). Otra tendencia común puede ser el silencio (Sichrowsky, 1987). En Alemania, después de la guerra, la actitud dominante fue no hablar sobre ella o no aceptar ser juzgado/a por su pasado de participación con el nazismo. En el periodo posterior a la dictadura salazarista en Portugal y la dictadura franquista en el Estado español, la reacción fue similar, mostrándose un silencio general sobre la participación activa en el régimen anterior.

Frecuentemente, las versiones oficiales plantean que es necesario "pasar la página de la historia para reconstruir la sociedad". De esta manera, se trata de reconstruir sobre el olvido forzado, como si ese hecho no tuviera ya consecuencias importantes en el propio proceso de reconstrucción. Sin embargo, los responsables plantean su propia versión de los hechos, donde predominan la evitación del recuerdo o su recuerdo convencionalizado, cumpliendo, de esta manera, la función de mantener una imagen coherente de sí mismos.

Algunas de esas distorsiones se inician de manera deliberada, como los intentos de reescribir la historia por parte de regímenes totalitarios o dictaduras. Por ejemplo, la Fundación Augusto Pinochet tiene un Instituto de Historia de Chile, con 27 centros por todo el país, que está elaborando una historia contemporánea de acuerdo a sus propios intereses. Otras veces pueden resultar de esfuerzos por esconder episodios considerados vergonzosos. Por último, otros pueden ser cambios bienintencionados para proporcionar un relato verdadero de hechos pasados. Estos procesos de distorsión de la memoria incluyen múltiples mecanismos para convencionalizar el recuerdo como culpar al otr@, manipular las asociaciones de los hechos, responsabilizar a las circunstancias, etc. (Marqués, J, Páez, D.,& Serra, A.F., 1998)

 

Los mecanismos de la crueldad

Entre los mecanismos que hacen posible el horror está el sistema de formación de cuerpos militares, basado en el reclutamiento forzoso o la formación de grupos paramilitares, un entrenamiento en la obediencia, fuerte control de grupo y complicidad en las atrocidades, y un racismo y deshumanización de la población civil, o la participación en atrocidades de los grupos guerrilleros (rigidez ideológica, insensibilización frente al sufrimiento, oposición convertida en enemigo, etc.).

Estos sistemas y dinámicas del conflicto armado explican en gran medida el carácter tan destructivo que ha tenido en muchos lugares la represión política, pero también se manifiesta posteriormente en numerosas formas de violencia en las posguerras ya que, todavía una parte de esa redes se mantienen intactas (Guatemala, El Salvador).

A pesar de lo doloroso, la memoria de las atrocidades es también una parte de la prevención de la violencia en el futuro . Del desmantelamiento de los mecanismos que han hecho posible el horror depende en gran medida que no se repita la tragedia (ODHAG, 1998).

 

Atención a los procesos locales

La conmemoración de lo ocurrido permite darle un sentido y reconocimiento público, y es parte del camino para asumir el pasado y reconstruir las relaciones sociales. Pero muchos de esos procesos pueden ser muy diferentes según los lugares e historias locales del conflicto.

Cuando en el proyecto REMHI (Guatemala) se empezaron a recoger testimonios en Chicoj, mucha gente quiso dar a conocer su historia de forma pública, pero también compartirla con otras comunidades con las que se encontraban enfrentadas o distantes a consecuencia de la guerra, como una forma de hacer un proceso de reconciliación local. En otros lugares, hablar de lo que pasó llevó también a denunciar cementerios clandestinos, a realizar ceremonias como en Sahakok (Alta Verapaz), en donde los/las ancianos/as soñaron con una cruz en lo alto del cerro donde habían quedado sin enterrar tant@s de sus herman@s. Veintiocho comunidades se organizaron para llevar a cabo ese sueño. En la montaña, además de sus restos, quedaron escritos entonces los nombres de novecientas dieciséis personas que la gente había ido recogiendo. La cruz en lo alto de la montaña no es sólo un recuerdo de los muertos, sino una sanción moral contra las atrocidades.

Para muchas personas ese recuerdo supone también una forma de conciencia social y un estímulo para su vida. Esas formas de recuerdo colectivo no son sólo procesos privados o de pequeños grupos. En la medida en que conquisten el espacio público, pueden ayudar a una sociedad a desprenderse de las formas de respuesta atadas a la espiral de la violencia.

La búsqueda de la verdad tiene también un impacto en los procesos de duelo, por ejemplo, con demandas de exhumaciones que confirmen las circunstancias de la muerte. Estas exhumaciones no pueden verse solamente como un hecho político o práctico. El respeto a la memoria de los muertos y a la dignidad de los supervivientes debe formar parte de las distintas actividades que impliquen enfrentar el dolor, las expectativas de encontrar los restos y conocer el destino de sus familiares. Las actividades como exhumaciones, recogida de testimonios, etc. deben realizarse teniendo en cuenta la participación de los/las afectados/as y comunidades y deben ser respaldadas por leyes que faciliten los procedimientos, coordinen a los grupos e instituciones que participan y respeten a los muertos y sobrevivientes.

Las memorias de los hechos traumáticos evocan emociones intensas en quienes dan sus testimonios o se encuentran más unidos a las víctimas. Muchas víctimas pueden querer tanto recordar como olvidar, porque el recuerdo produce dolor (Thompsom, 1988). Por parte de quienes recogen esos testimonios y memorias, se necesitan aptitudes y actitudes de escucha y respeto, así como tener en cuenta un tiempo posterior de apoyo y no sólo los criterios formales de tipo organizativo. Las actitudes y trabas burocráticas forman parte también de la impunidad. Hay que poner atención a los procesos locales y respetar el ritmo de las comunidades para que los procesos legales y técnicos no se conviertan en un obstáculo más.

 

Reparación. Mitigar el daño

Para la reconstrucción del tejido social no vale sólo asumir la verdad, sino que también necesita de medidas activas que ayuden a mejorar la situación de las víctimas, mitigar el daño y proporcionar un resarcimiento económico y moral. Habitualmente, se habla de " reparación psicosocial " con diferentes orientaciones: compensaciones económicas y educativas, proyectos de desarrollo , conmemoraciones y monumentos, etc. Sin embargo, la primera forma de resarcimiento es hacer que la gente pueda vivir sin miedo. El reconocimiento de los hechos por los autores y de la responsabilidad del Estado, así como las acciones que ayuden a asumir la verdad como parte de la conciencia moral de la sociedad, son parte de la reparación de la dignidad de las víctimas y la mejora de la vida de los sobrevivientes.

Las formas de resarcimiento tienen que evitar profundizar las diferencias sociales o introducir nuevos conflictos en familias o comunidades. En casos recientes como la masacre de Xamán (Guatemala) y Trujillo (Colombia) la gestión de las ayudas ha conllevado conflictos y ha estado orientada por criterios de legitimación del Estado. Todas estas medidas compensatorias no pueden ser desgajadas de otras medidas necesarias, como las que tienen que ver con la memoria colectiva o las demandas de verdad y justicia. La participación de las poblaciones afectadas, su capacidad de decisión, la claridad en los criterios y la equidad de los mismos, así como su reconocimiento como contribución -no sustitución- a la necesidad de justicia, suponen un conjunto de aspectos básicos que las acciones de reparación deberían tener en cuenta. A continuación, se recogen algunas de las variables que ponen de manifiesto distintas lógicas internas de los procesos de reparación psicosocial. Éstos deberían estar regidos por una lógica de reconstrucción del tejido social y no por la lógica de control utilizada frecuentemente por parte del estado (ODHAG, 1998).

 

Memoria para la prevención

Para las nuevas generaciones, el valor de la memoria de sus familiares y los hechos de violencia tiene gran importancia. Los/las hijos/as de los familiares asesinados o desaparecidos necesitan entender su propia situación como parte de un proceso colectivo mayor, que evite la estigmatización y reafirme su identidad. Con un sentido más social, muchos familiares reafirman el valor de la memoria colectiva transmitida a las nuevas generaciones como una forma de aprendizaje , a partir de la experiencia de sus antecesores, que evite la repetición de la violencia que ellos sufrieron.

El impacto de la distorsión de la memoria en el futuro puede verse también en la actual tendencia en América Latina a la vuelta al poder de conocidos represores, el aumento de movimientos de extrema derecha o del racismo en Europa, el hecho de que líderes que en el pasado colaboraron con el nazismo o la represión estalinista se erijan en representantes de nuevos nacionalismos, o la transformación con el paso del tiempo de los instigadores de la guerra en los "defensores de la paz".

Todo ello pone de manifiesto el riesgo de que se repitan las atrocidades del pasado y del presente. La memoria y la justicia tienen una clara función preventiva: del desmantelamiento de los mecanismos que han hecho posible el horror depende en gran medida que no se repita la tragedia.

 

El papel preventivo de la memoria

Según Pennebaker, Páez & Rimé (1996) para promover que la memoria colectiva cumpla este papel:

 

  1. Los hechos deben ser recordados de forma compartida y expresados

en rituales y monumentos.

  1. Debe insertarse en el pasado y futuro del grupo.
  2. Explicar y aclarar lo ocurrido dentro de lo posible.
  3. Extraer lecciones y conclusiones para el presente.
  4. Darle un sentido y reconstruir lo ocurrido haciendo hincapié en los aspectos positivos para la identidad social.
  5. Evitar la fijación en el pasado, la repetición obsesiva y la estigmatización de los/las sobrevivientes como víctimas.
  6. Más allá de la reconstrucción de los hechos, la memoria constituye un juicio moral que descalifica éticamente a los perpetradores.
  7. Si no se puede ayudar a esto, cuidado con no interferir los procesos de memoria colectiva con acciones o planteamientos distorsionadores.

 

La (re)conciliación como proceso

Las naciones no se reconcilian como pueden hacerlo las personas, pero se necesitan gestos públicos y creíbles que ayuden a dignificar a las víctimas, enterrar a los muertos y separarse del pasado. Los dirigentes políticos pueden influir en ese proceso difícil que lleva a la gente a saldar cuentas con un pasado colectivo doloroso.

Para hacer ese camino se necesita voluntad política por parte de gobiernos y autoridades. Pero también de la fuerza y coherencia necesarias para superar estereotipos y actitudes excluyentes entre distintos grupos sociales o fuerzas políticas de oposición. Sin un cambio de cultura política no sólo disminuyen las posibilidades de unir fuerzas que provoquen cambios sociales, sino que se corre el riesgo de nuevos procesos de confrontación y división que pueden afectar seriamente al tejido social.

En palabras de Ignatieff, reconciliarse significa romper la espiral de la venganza intergeneracional, sustituir la viciosa espiral descendente de la violencia por la virtuosa espiral ascendente del respeto mutuo. La reconciliación puede romper el círculo de la venganza a condición de que se respeten los muertos. Negarlos es convertirlos en una pesadilla. Sin apología, sin reconocimiento de los hechos, el pasado nunca vuelve a su puesto y los fantasmas acechan desde las almenas. Eso significa poder llorar a los muertos, compartir sus enseñanzas, ser conscientes de que la violencia no devuelve la vida y devolver la honra de los muertos y desaparecidos a la lucha por la vida.

El proceso de reconstrucción exige tener en cuenta la memoria de las víctimas y llevar adelante medidas para mitigar o reparar el daño en lo posible, medidas que acaben con la impunidad, reformar las fuerzas armadas, facilitar la participación política y difundir la verdad en la sociedad, así como medidas que afronten las raíces económicas y sociales de la violencia.

 

Notas bibliográficas

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GALEANO, E.; La memoria subversiva. En Tiempo: reencuentro y esperanza , no.96, ODHAG, Guatemala, 1996.

IGNATIEFF M.; El honor del guerrero . Guerra étnica y conciencia moderna , Taurus, Madrid, 1999.

JODELET, D.; Memoire de Masse: le cote moral et affectif de l'histoire. Bulletin de Psychologie , XLV, 239-256, 1992.

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PÁEZ, D., VALENCIA, J., PENNEBAKER, J., RIMÉ, B. & JODELET, D. (EDS); Memoria Colectiva de Procesos Culturales y Politicos , Editorial de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, Leioa, 1997.

THOMPSON, P.; La voz del pasado , Alfons el Magnanim, Valencia, 1988.

 

Carlos Martín Beristain: Licenciado en Medicina y Especialista en Educación para la Salud. Profesor del Diploma Universitario Europeo en Ayuda Humanitaria Internacional de la Universidad de Deusto. Codirector del Diploma Universitario Salud Mental en Situaciones de Catástrofe y Guerra. Coordinador del Informe Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica REMHI-GUATEMALA: NUNCA MÁS, de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (1995-1998). Está trabajando en talleres sobre Salud Mental y Derechos Humanos con grupos de derechos humanos y comunidades desplazadas de Guatemala, El Salvador, Colombia y Méjico (1989-1999) y ha realizado más de 200 talleres. También ha formado a profesionales y agentes comunitarios. Es el autor de varios libros y documentos sobre la reconstrucción social. Recibió el Premio León Felipe de Derechos Humanos en 1998.

 

Importancia del concepto de trauma y sus implicaciones para el trabajo en salud mental en violencia política y catástrofes.
5. La necesidad de una definición rigurosa de los fundamentos y premisas del trabajo psicosocial y c

Pero el caso es que, usemos un nombre u otro, todo lo anterior no puede llevarnos al error del comunitarismo o a confundir salud mental con trabajo social en el sentido que dan a este término las sociedades occidentales. Agger en el estudio que citábamos antes15, enumeraba como “proyectos psicosociales” (y entendemos que en tanto en cuanto éstos se consideraban así) todos aquellos que fomentaban las actividades de tipo comunitario, en el supuesto de que esto, por sí solo, iba a constituir un núcleo de fortalecimiento social.
Existen argumentos para pensar que esto no es así y que es necesario definir cuales son las premisas por las que un trabajo de base psicosocial constituye una herramienta de trabajo en salud mental. Por poner un ejemplo paralelo, se sabe hoy en día que narrar los hechos traumáticos siguiendo el modelo freudiano de la catársis no es en sí mismo terapeutico. Los estudios de Pennebaker y otros y algunos metanálisis de estudios controlados muestran que la reexperimentación solo es beneficiosa cuando se sigue de una reelaboración de la narrativa personal del hecho traumático en el marco de una contextualización y clarificación.
De modo análogo un taller de costura en zona de guerra no es per se un programa psicosocial. Es un taller de costura, que bajo ciertas condiciones puede, de hecho, ser un elemento desmoralizador y retraumatizante.
Consideramos como hipótesis de trabajo las siguientes premisas para definir un programa como psicosocial:

1. Debería partir de las demandas de la población, evidenciado a través de algún proceso de diálogo y toma de decisión comunitaria.

2. Debería favorecer la creación de redes organizativas y de fortalecimiento del tejido social, promoviendo el apoyo mútuo en situaciones de crisis.

3. Debería establecer un marco de trabajo que permitiera una reconceptualización de la realidad, buscando vías alternativas para enfrentarla. Este análisis podría partir o no de presupuestos clínicos (aunque los debería tomar en cuenta en algún momento), pero en todo caso incluiría un análisis de los condicionantes sociales (es decir políticos, económicos, laborales, interpersonales...) y del modo en que estos repercuten en el individuo, la familia y el grupo en una relación de mútua influencia. Se reconoce que lo que ocurre afecta al grupo, pero se enfatiza que el grupo también puede reflexionar sobre los modos de enfrentar y tratar de influir en esa realidad. El afrontamiento colectivo se constituye en la estrategia principal para la mejoría individual de la mayoría de los miembros de la comunidad que están presentando –como ya pocos discuten- formas de respuesta normales ante situaciones anormales.

En suma, es necesario tener una idea clara de cual es el objetivo final que se persigue al iniciar un programa de tipo psicosocial o comunitario, para poder analizar si aquello en lo que se trabaja es estratégico a ese objetivo. Es necesario, por supuesto, tener en cuenta las las necesidades percibidas, las prioridades sociales, las condiciones de seguridad y otros muchos elementos que no vamos a detallar aquí.

6. Retos para el futuro.

Para quienes defendemos una manera alternativa de conceptualizar el trabajo en salud mental en situaciones de crisis colectiva las prioridades de reflexión y actuación deberían ir en la línea de:

1. Establecer de modo empírico y más allá de demagogias cuales son las premisas y condiciones bajo las que un trabajo de carácter psicosocial y comunitario se constituye en un elemento de fortalecimiento individual y social. Ni hablar es siemrpe terapéutico ni el comunitarismo indiscriminado beneficioso.

2. Definir modelos de integración entre el enfoque clínico individual y el psicosocial y comunitario, en el convencimiento de que ámbos son necesarios, buscando métodos de articulación basados en una perspectiva integral de la persona, que supere los esquemas de screening basados en criterios psicométricos de presencia o ausencia de síntomas considerados patognomónicos.


Todo ello abre un enorme y apasionante campo de investigación para quienes defendemos este tipo de modelos, porque si complejo es hacer estudios científicos controlados de entidades morbosas discretas, mucho más lo es de trabajos de base psicosocial.
Este es quizás, el mayor aporte de los trabajos basados en el concepto de trauma y en las investigaciones desde el concepto de TEPT: definir unos criterios operativos que, aunque puedan ser una ficción en la mente del investigador, ausentes por tanto de la caverna de Platón, si han permitido en algunos estudios fijar la variable dependiente. Y, desde luego, constituirse en instrumentos simbólicos para la negociación terapéutica, que ya es mucho.
Pero va siendo hora de inaugurar una nueva etapa de síntesis y para ello es necesario exigir rigor epistemológico y evaluaciones formales a los programas de base psicosocial y comunitaria.

BIBLIOGRAFIA

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CONTENIDOS Y DILEMAS DE LA AYUDA HUMANITARIA
Una perspectiva psicosocial crítica

Carlos Martín Beristain

Esta ponencia abordan algunos de los contenidos y dilemas de la ayuda humanitaria desde una perspectiva psicosocial. Específicamente se trata de la adaptación y del papel de la ayuda humanitaria en relación a las diferentes fases del desplazamiento y la problemática de las poblaciones afectadas, haciendo énfasis en el acompañamiento y protección. Se analizan los diferentes dilemas éticos a que se enfrenta la ayuda humanitaria en el contexto de los conflictos armados actuales. Por último se discuten los contenidos concretos de las acciones humanitarias desde una perspectiva psicosocial teniendo en cuenta las necesidades de las poblaciones desplazadas y su participación.

Adaptación a los problemas de los desplazados: fases y procesos

Las investigaciones sobre desplazamiento forzado y ayuda humanitaria (Ager, 1995) diferencian distintas fases en la experiencia de las poblaciones afectadas que es necesario tener en cuenta desde el punto de vista de la adecuación de la ayuda humanitaria. Así, se identifican el periodo anterior a la salida, la salida, el asentamiento provisional, el reasentamiento y los procesos de retorno, que producen desafíos específicos y necesidades diferentes por parte de las poblaciones desplazadas.

En el tiempo anterior a la salida pueden predominar los problemas económicos, la disrupción social y familiar, la violencia física o la situación de opresión política. Muchas familias antes de salir sufren dificultades como resultado de las pérdidas económicas o falta de alimento. Aunque la mayor parte de las veces la violencia ha podido ser la causa directa de la salida, esto no puede hacer olvidar que otros factores como el cierre de las escuelas o la movilidad restringida pueden constituir una parte importante de la experiencia de la gente.

En la fase de salida, la separación y el peligro del trayecto pueden constituir las experiencias centrales. La población se encuentra más vulnerable frente a la violencia y las condiciones precarias de la huida, que pueden producir sufrimiento extremo, incluso muertes por hambre o enfermedad, especialmente en la población infantil y anciana.

En la fase de recepción predominan los problemas relativos a las primeras llegadas, acogida y asentamiento provisional. El miedo a ser identificados o las amenazas de persecución, obtener alguna forma de reconocimiento -o el ocultamiento de su condición- y resolver las necesidades de alimentación, abrigo y apoyo, son problemas que los refugiados y desplazados encuentran frecuentemente.

La mayor parte de los desplazados son acogidos en zonas vecinas o ciudades de forma dispersa. En esos casos, los problemas principales pueden ser el aislamiento y las dificultades económicas. En la experiencia de los campamentos donde en muchas ocasiones se desarrolla la ayuda humanitaria, a los efectos de las experiencias vividas se añaden los problemas como la dependencia organizativa o la dureza del régimen de vida. Los desplazados son frecuentemente tratados como un problema de orden público más que como poblaciones que han sufrido la injusticia y la violencia. La ayuda humanitaria tiene que partir del reconocimiento de ese hecho y no utilizarse como un elemento más de una política de control.

Posteriormente, en la fase de reasentamiento, pueden añadirse problemas como las diferencias culturales, dificultades de trabajo o conflicto entre generaciones. Eso supone que el hecho de haber pasado la experiencia más extrema, no conlleva necesariamente la estabilidad personal o familiar, dada la frecuencia de problemas como la separación de las familias, el aislamiento social o los problemas económicos.

En el caso de que se dan procesos de retorno los desplazados se enfrentan a desafíos y problemas en parte similares a los que tuvieron que enfrentar en su salida. Por una parte, el miedo y las amenazas, dado que no suelen volver a lugares seguros, pero también se dan frecuentes separaciones familiares, entre los partidarios de retornar y los que no quieren hacerlo, y conflictos políticos o comunitarios entre diferentes grupos. La negociación de las condiciones de retorno y acuerdos humanitarios en cuanto a seguridad, producción, reconocimiento como población damnificada, etc. forman parte de las condiciones políticas necesarias . Del logro de estos acuerdos, y del seguimiento adecuado de los problemas y dificultades, depende en gran medida el proceso que pueda seguir.

Acompañamiento y protección

El creciente reconocimiento de la importancia de la protección de los derechos humanos de la población desplazada señala una cuestión fundamental: en el contexto de un conflicto, las violaciones de los derechos humanos son a la vez causa del desplazamiento (en cuanto obligan a las personas a desplazarse) y consecuencia del mismo (en cuanto afectan a las personas desplazadas). Una adecuada protección de los derechos humanos contribuye a evitar la necesidad del desplazamiento, a paliar las consecuencias del mismo -si se produce- y a facilitar el retorno de la población.

La protección es una responsabilidad de los Estados, pero en muchas ocasiones éstos se convierten en la fuente principal de inseguridad. Entonces se hace necesario que otros actores la promuevan y presionen para proteger a las poblaciones en peligro. Sin embargo, los mecanismos de asistencia humanitaria de la ONU no incluyen la protección entre su mandato (salvo, en parte, el ACNUR). En la práctica, lo que prevalece es un conjunto de ONGs y entidades gubernamentales e intergubernamentales que hacen un seguimiento de la situación de derechos humanos, pero que no necesariamente garantizan la adecuada efectividad en su protección. Para llevar a cabo este trabajo de protección, las ONG necesitan ampliar sus mandatos tradicionales y sus tipos de actuación.

La capacidad de protección de los observadores de ONGs depende del grado de apoyo que puedan conseguir de la opinión pública internacional y de los gobiernos. La presencia de observadores requiere una serie de actuaciones específicas y de una formación del personal que no están incluidas en los planes habituales de ONG de derechos humanos ni de ayuda humanitaria. Por ejemplo, es necesario que los observadores/acompañantes internacionales mantengan una presencia permanente o periódica en diferentes escenarios, que se entrevisten regularmente con las autoridades y otras entidades (nacionales e internacionales) y produzcan información periódica. Así la presencia de personal internacional puede convertirse en un paraguas de protección activa para la población afectada por la violencia (Eguren y Mahony, 1997).

El acompañamiento (Martín Beristain, 2000) tiene entonces un sentido:

" Humanitario de abrir o tratar de mantener el espacio que la gente trata de abrir para poder vivir en condiciones de dignidad.
" Veeduría para proporcionar un mayor grado de seguridad, poniendo énfasis en el conocimiento de la situación, la difusión de información o la veeduría nacional e internacional que tenga un efecto disuasorio sobre los actores del conflicto armado.
" Moral, con una dimensión humana de identificación con su experiencia de sufrimiento y resistencia.

Dilemas éticos en la ayuda humanitaria

La ambigüedad de las situaciones en que se desarrolla la ayuda humanitaria está llevando a desafíos y dilemas éticos crecientes. Los dilemas que en las situaciones concretas se les plantean a los cooperantes, son parte de los que enfrentan las organizaciones humanitarias y tienen también un carácter político. A pesar de esto, existe un pensamiento naif en el aire humanitario (Prunier, 1993) que lleva a pensar en términos de acción puntual, neutra o sin consecuencias mas allá de la relación de ayuda. Las organizaciones o trabajadores de la ayuda humanitaria que tengan poca capacidad crítica de su propia realidad, corren el riesgo de ser poco conscientes de su acción y la influencia de la ayuda humanitaria en el contexto y para la población afectada.

La situaciones que en la actualidad se dan en los conflictos armados, y en las llamadas emergencias complejas, plantean a las organizaciones humanitarias los problemas éticos y prácticos más difíciles con que se han enfrentado hasta ahora (Martín Beristain, 1999). Entre ellos están:

1) Utilización de la ayuda por los contendientes o sus restricciones a la población civil como una estrategia de guerra.
2) Las posibilidades de convertirse en cómplices de atrocidades al permanecer en un lugar o de lo contrario abandonar a las poblaciones más necesitadas; dar o no testimonio de atrocidades comprobadas con el riesgo de tener que renunciar a la acción;.
3) La confusión con lo militar y lo político. Lo humanitario es cada vez más utilizado como excusa de la guerra o búsqueda de legitimación. En Somalia, la justificación de la protección a ONG sirvió para enmascarar objetivos políticos y esta confusión acrecentó la inseguridad y redujo el espacio de trabajo (Jean, 1993).
4) Participar en iniciativas de ayuda humanitaria controlada por intereses de partes en conflicto como una forma de legitimar su acción en la guerra (Sanahuja, 2001).
5) Intensificar la ayuda humanitaria cuando ésta permite a los Estados escabullirse de la acción política que resuelva los problemas o situaciones de conflicto político.
6) Que se utilice como apaga fuegos de los efectos producidos por las políticas estatales o internacionales -por ejemplo en el caso del impacto de las políticas de desarrollo en el caso de Somalia que contribuyeron a la hambruna (Chousskosky, 1993)-, o servir a los Estados como una forma de protección a su inercia política al tranquilizar la sensibilidad altruista y pacífica de sus ciudadanos (Hermet, 1993).
7) Poner delante las necesidades de seguridad de la organización que las necesidades de protección de la gente, obviando la discusión sobre las implicaciones de las políticas de las agencias e instituciones en la situación de los afectados.
8) Mantener la independencia o adaptarse a las formas de control creciente por parte de los gobiernos que quieren desarrollar su propia política comercial o de seguridad utilizando la ayuda humanitaria como un instrumento de control, limitando la participación de las organizaciones más críticas.

Papel de la ayuda humanitaria en los conflictos armados

Control por actores armados

Fortalecer el espacio humanitario

Aumentar las diferencias sociales

Efectos redistributivos

Sustitución de producción o fortalecer economía de guerra

Apoyo a la producción local y población civil


Legitimación de los actores armados o la violencia

Abrir espacios para la población civil y formas de resistencia.

(Basado en Anderson, 1999, elaboración propia)

Estos dilemas tienen una dimensión organizativa, pero también personal. Para tratar de enfrentar estos dilemas, quienes trabajan en la ayuda humanitaria buscan alternativas que pueden ir desde distintos grados de identificarse con la gente a mantenerse aferrados a su rol. A los ojos de la gente pueden representar alguien que podría ayudarles, más allá de su papel definido en los programas de ayuda humanitaria. Esto puede exigir una redefinición de su papel llevando a un mayor compromiso con la gente, del mandato o conflictos con los criterios de las organizaciones humanitarias, pero también la necesidad de evaluar de forma realista las propias posibilidades y las consecuencias de una mayor implicación.

Las personas que trabajan en la ayuda humanitaria "representan" alguien que puede ayudar, y en el caso de las organizaciones internacionales en muchas ocasiones la gente las percibe como representantes del mundo occidental y un poder de defensa de la población civil, refiriéndose a ellas para hacer explícito su sufrimiento, hacer demandas o protestar por situaciones de injusticia. En otras ocasiones, como en determinados momentos del periodo de conflicto armado en varios países de América Latina, grupos opuestos a la acción humanitaria han utilizado los prejuicios en forma de campaña contra los extranjeros, incluyendo la criminalización de las ONG o personas acompañantes de otros países, como parte de las estrategias de aislamiento de las poblaciones afectadas y de los intentos de limitar la solidaridad.

Frente a estos dilemas éticos las personas implicadas en la ayuda humanitaria pueden sentirse impotentes dada la magnitud de los problemas o la inoperancia de quienes tienen la autoridad para poder resolverlos.

No olvidaré aquel otro día de mayo de 1990. Dispararon más de cien bombas lacrimógenas en la sección 5 del centro de detención llamado White Head. Aquel día no nos permitieron entrar en el campamento. Cuando pudimos entrar me invadieron de peticiones para que comunicase fuera lo que estaba sucediendo. Lo comuniqué a mucha gente, pero después me he enterado que la semana pasada, el 13 de abril de 1994 fueron lanzadas 557 bombas lacrimógenas. ¿Quién escucha?"
Maryanne Loughry. RSP, abril 1994

Dilemas éticos como éstos, ponen en evidencia cómo las acciones humanitarias tienen que ser portadoras de una ética distinta que impregne sus acciones, para que la ayuda humanitaria respete la dignidad de la gente a la que se propone ayudar (Brauman, 1993).


Compromiso en la prevención

Los problemas que la gente enfrenta vienen tanto de las experiencias traumáticas vividas como de las dificultades de vivir aún en condiciones peligrosas, asentamientos provisionales o procesos de reintegración social. El enfoque preventivo implica también una conducta anticipatoria en las decisiones que pueden tener consecuencias negativas en la salud mental de las poblaciones implicadas (Williams 1991).

Un elemento esencial para la prevención es una mayor comprensión y un mayor compromiso político, así como un papel más activo, de cooperantes y de trabajadores de salud mental como defensores de los derechos humanos.

a) Disminuir los factores de estrés

Algunos de los factores de estrés en las poblaciones afectadas pueden estar bajo control de agencias internacionales o gubernamentales y ONG.
" Condiciones de seguridad y protección, reconocimiento como población civil.
" Gestiones ante autoridades.
" Necesidades físicas y producción.
" Manejo de información.
" Coherencia con el compromiso y seguimiento de las acciones.

b) Aumentar los factores protectores

La forma en que la ayuda humanitaria se conceptualiza y se implementa a escala organizativa y social, puede promover o reducir la salud de la población.

" La reunificación familiar y la puesta en marcha de actividades escolares, mejoran el bienestar de los niños y niñas y sus familias, y deben ser tenidas en cuenta desde el principio.

" Las actividades que promuevan la integración social y la postura activa de los desplazados en la organización de su vida cotidiana, pueden ayudar a salir de una especie de estado de "limbo" que se produce en las situaciones de transitoriedad mantenida.

" La ayuda humanitaria puede abrir espacios para que las formas de afrontamiento comunitarias puedan desarrollarse, dado que las personas no son pasivas y pueden contar con mecanismos culturales, ideológicos o comunitarios para enfrentar la situación de crisis.


La primera necesidad , la dignidad.

Aengus Finucane, director de una ONG irlandesa, hace los siguientes comentarios sobre las distintas necesidades:

Los servicios de salud, alimentación, vivienda, y educación se pueden describir como necesidades físicas básicas. Pero la base de las necesidades humanas de los refugiados es la restauración de la dignidad. La dignidad es el ingrediente vital que falta cuando las necesidades físicas básicas se cubren de una manera mecánica e impersonal. Con mucha frecuencia, el respeto por la dignidad humana es la primera víctima de las respuestas de emergencia para ayudar a los refugiados (Needham, 1994).

El respeto a los derechos humanos es un indicador de salud mental, pero también una exigencia para la propia ayuda humanitaria que deja mucho de ser considerada una prioridad en la agenda de agencias humanitarias y gobiernos.

Por ejemplo, muchos de los programas de ayuda para los refugiados o desplazados se desarrollan de una manera autoritaria, en la cual los refugiados son recluidos y mantenidos en una situación de dependencia económica, lo cual aumenta, en vez de aliviar, los efectos de los acontecimientos experimentados previamente (Brody, 1994)

Coordinación de diferentes actores: intereses de la población

La mayor parte de las acciones humanitarias conllevan tareas como proporcionar cuidados básicos a las poblaciones afectadas, apoyar la organización o capacitación y mejorar las condiciones de vida de la población. Aunque sobre el papel las tareas son claras puede haber mucha confusión porque los distintos actores individuales o institucionales tienen frecuentemente distintos intereses y prioridades.

A pesar de que muchas veces existan diagnósticos previos o la propia situación de emergencia define la importancia de cubrir determinadas necesidades básicas, las prioridades nuestras y de ellos son frecuentemente distintas. Por ejemplo sobre si es más importante la transferencia de recursos económicos o de personal técnico, o si la preocupación por los muertos y la información a los familiares es más urgente, o no, que recuperar las tarjetas de racionamiento o tener todos los datos registrados.

Necesidades psicosociales

Prioridades estándar como agua, abrigo, control de residuos, vigilancia epidemiológica, atención de salud pueden ser consideradas como necesidades básicas. Pero la respuesta a esas necesidades físicas tiene también un impacto psicosocial. Construir una vivienda tiene efectos psicológicos, en la seguridad, en la protección, en la reconstrucción de la vida familiar y colectiva.
También hay necesidades más específicas desde el punto de vista psicosocial. Hablamos por ejemplo de la seguridad, el manejo del riesgo, el estatus del desplazado y su reconocimiento o la incorporación en programas de reunificación familiar y de escolarización temprana (Lozada, Montero y Rodríguez, 2000), así como las actividades de apoyo emocional y a los procesos de duelo.

PRIORIDADES ENFOQUE DE SALUD PSICOSOCIAL

Agua.

Alimentación

Abrigo - vivienda

Control residuos.higiene

Vigilancia epidemiológica

Inmunizaciones

Formación-mediadores

Atención clínica

¿COMO?

Seguridad

Identificación-estatus

Escolarización-actividades

Reagrupamiento familiar

Información

Vida comunitaria

Participación. Impacto ayuda

Apoyo al duelo y emocional

Trabajo comunitario

Del modelo de clásico del socorro (víctima pasiva, dotación material de emergencia) hay que pasar a modelos de ayuda de emergencia con enfoque de desarrollo (participación, sostenibilidad, adecuación al contexto)

La ayuda humanitaria debe promover la reconstrucción las redes sociales que cumplan una función de generar cohesión y apoyo mutuo. El enfoque comunitario de los programas tiene que orientarse a introducir esta perspectiva en los distintos agentes sociales y ámbitos de intervención.

Desde el punto de vista psicosocial, las situaciones de riesgo mayor pueden darse en personas con problemas psicológicos previos, familias que han perdido algún miembro, situaciones de grave separación familiar, personas que han sufrido directamente situaciones de violencia, y que cuenten con menos experiencia, recursos personales o apoyo social.

Pero muchos de los problemas pueden no presentarse como problemas de salud mental o como un aumento de las demandas de asistencia. Escuchar las demandas de la gente en sus propios espacios sociales o informales puede ser importante para identificar estos problemas.

Indicadores psicosociales

Para poder llevar un trabajo de apoyo a las comunidades afectadas por catástrofes sociales o políticas es importante tener en cuenta indicadores sociales que pueden mostrar el impacto o las dificultades que están enfrentando . Muchas veces el sufrimiento no se va a expresar, o las demandas de atención no van a llegar, por las vías habituales como contactos formales o consultas clínicas.

Un ejemplo de estos indicadores fue utilizado en el caso de la comunidad de Xamán (Cabrera y cols. 1998) para hacer un diagnóstico y un seguimiento de los efectos de la masacre, como claves desde las que tratar de entender la evolución y los problemas a los que se enfrentaba la comunidad y para tomar decisiones sobre el apoyo: 1) el proceso de duelo masivo, que afectaba especialmente a los familiares de las víctimas pero también a la comunidad. 2) el impacto de las amenazas, el miedo y la reexperimentación, dado que la comunidad era superviviente de otras masacres en los años 80. 3) la criminalización y culpabilización de que fue objeto desde fuera y la búsqueda de sentido a la tragedia internamente. 4) el impacto organizativo y el surgimiento de nuevos liderazgos y estructuras. 5) los conflictos, en parte agudizados por la ayuda humanitaria y las diferencias previas sobre el proyecto cooperativo. 6) y el impacto de la impunidad y la investigación judicial en el miedo y las expectativas de la comunidad.


Adquirir poder sobre la propia vida, participación y autoayuda

A pesar de que la participación y el empowerment de la gente es una condición declarada por muchos programas, en la práctica en muchas ocasiones se convierte en como hacer que la gente participe en los programas que otros han diseñado.

La participación comunitaria orientada hacia las capacidades y el aumento del poder que la gente tienen sobre su propia vida debe ser vista como un indicador de la calidad de los programas y de la fiabilidad de la toma de decisiones (Gedolf,1991). Los programas beberían tener por objetivo estimular la iniciativa y responsabilidad de la gente en sus asuntos (Harrel-Bond 1986). Esto supone que los programas de agencias gubernamentales y ONG deben abrir espacios de comunicación con la gente desde las primeros momentos en que se desarrollan las intervenciones, para estimular la participación y recoger sus necesidades.

Desde el punto de vista psicosocial, los procesos de ayuda mutua más importantes tienen que ver con: la objetivación y el análisis de la realidad; el sostén mutuo; el reconocimiento de sentimientos y la generalización de experiencias; la búsqueda e integración de soluciones; el desarrollo de acciones comunes para enfrentar los problemas; el desarrollo de actividades sociales gratificantes (Heap, 1985).

La ayuda humanitaria ha sido utilizada en los últimos años como una forma de ayudar a las poblaciones afectadas a enfrentar las consecuencias de la guerra pero se enfrenta en la actualidad al desafío de, incluso en medio de las situaciones de conflicto armado, ayudar a mantener un espacio humanitario que la gente necesita para vivir, y estimular las redes de apoyo, contribuyendo en ese sentido, a la prevención y, mediante el fortalecimiento organizativo, a la lucha contra las causas del sufrimiento de la gente.

 


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